“Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta) a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella.”
Gabriel García Márquez
La identidad personal tiene tintes de pertenencia donde los grupos socioculturales con los que consideramos que compartimos características en común, nos cobijan y nos nutren.
Sin discusión lo único permanente en esta realidad en la que vivimos es el cambio, pero ¿será que nuestra identidad podría permanecer estática, inmutable, sin transformación alguna?
Podría ser que la incertidumbre del entorno en el que habitamos, pudiera trascender las fronteras de eso que hemos construido como una idea subjetiva de la identidad, aunque Erikson llamó mismidad a ese factor de continuidad en la percepción de lo interior, que significa la capacidad de seguir siendo la misma persona internamente, independientemente de las circunstancias.
Laing en 1961 lo definió como aquello por lo que uno siente que es “el mismo” Un sentido del ser que va unido a la existencia en el tiempo y en el espacio.
Si escarbamos un poco podríamos decir que la identidad, se matiza de valores, creencias, de rasgos característicos del grupo o los grupos de pertenencia, que sin duda forman parte de lo que define la propia personalidad.
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Una especie de acuerdo interior entre la identidad personal que se centra en la diferencia con respecto a los otros y la identidad social o colectiva que pone el acento en la igualdad con los demás.
Así van apareciendo grupos sociales que en su momento son minoría y que pueden estar ligados a la etnicidad, a una decisión sobre el género al que quieren pertenecer, creencia religiosa, al lugar geográfico donde viven y que promueven el derecho a la diferencia cultural con respecto a los demás grupos y al reconocimiento de tal derecho por las autoridades.
Así la identidad colectiva o social por excelencia es entonces la humana. Pertenecer al equipo humano debería ser un punto de partida y de llegada de toda construcción identitaria o autoconcepto de identidad. A partir de allí, cada uno puede identificarse con el resto de los grupos sociales y culturas que colorean este mundo.
¿Qué es lo que nos falta ahora para crear una identidad que incluya al medio ambiente? ¿Qué nos impulse como especie a hacer los cambios necesarios para hacerle frente a esta crisis climática?
Podría ser que entonces comencemos a esculpir una identidad que sume a la tierra como una parte de nuestra existencia, para comenzar a tejer de nuevo un sentido de identidad que permita hacer los cambios que se necesitan.
Cuando hablamos de la última generación que pudo hacer algo, necesitamos saber que para lograrlo hay que redefinir quienes somos, fortalecer los grupos a los que pertenecemos e incluir una mirada sistémica que permita homologar la idea de que hoy, además de enfrentar los retos que presenta la modernidad, hay que mirar hacia la tierra para preservar nuestro lugar en el planeta.
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