El domingo 30 de octubre fue un día de fiesta para la democracia y, en especial, para la izquierda de América Latina. En la segunda vuelta de los comicios, el luchador social incansable por décadas, Luiz Inácio Lula da Silva, se impuso al presidente Jair Bolsonaro. Después de un cómputo muy rápido gracias al uso de urnas electrónicas, supimos que Lula obtuvo el 50.9 por ciento de los votos, frente al 49.1 por ciento alcanzado por el actual mandatario. El candidato de izquierda ganó con más de la mitad de los 118.5 millones de votos emitidos (válidos): dos millones más que los del presidente actual. La distancia entre ambos contendientes fue menor que en la primera vuelta.
En la jornada electoral participó el 79.4 por ciento del padrón. En Brasil, el voto es obligatorio para quienes saben leer y escribir y son mayores de 18 años, pero menores de 70. Las mujeres y los hombres de 16 y 17 años y las personas mayores de 70 o analfabetas votaron de manera voluntaria. En estos comicios había 156 millones de brasileñas y brasileños aptos para acudir a las urnas.
El electorado puso fin al mandato del primer presidente de extrema derecha de Brasil, y la izquierda regresa al poder 20 años después de su primera victoria. Este triunfo representa la resurrección política de Lula luego de años de tribulaciones. También es la primera vez que un presidente en el poder pierde una reelección.
Lula, al frente del Partido de los Trabajadores, construyó una alianza amplia que incluye a políticos de izquierda, centro y centroderecha, incluidos opositores históricos del Partido Socialdemócrata de Brasil; entre ellos está el nuevo vicepresidente, el exgobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, quien tomará también posesión en enero de 2023. Adicionalmente, en las elecciones de segunda vuelta se decidieron 12 gubernaturas, con resultados mixtos en favor de aliados del presidente Bolsonaro, de Lula y de centroderecha moderada.
El presidente electo dejó el cargo hace 12 años, con un índice de aprobación récord del 87 por ciento. Durante sus mandatos, Brasil salió del mapa global del hambre, se amplió el acceso a la educación y atención médica, y disminuyeron las profundas desigualdades sociales por el impulso que tuvieron las materias primas.
Ahora, el nuevo Gobierno enfrentará los desafíos del aumento en la desigualdad y la recuperación todavía en curso tras los efectos de la pandemia de COVID-19. Aproximadamente, 9.6 millones de personas en Brasil cayeron en condiciones de pobreza entre 2019 y 2021, mientras que las tasas de alfabetización y asistencia a la escuela disminuyeron. La sociedad de esa nación está fracturada y tiene problemas ambientales urgentes, como la deforestación del Amazonas.
El mensaje de Lula luego de conocerse los resultados fue un llamado a la unidad. Señaló que gobernará para 215 millones de personas, no sólo para quienes votaron por él. Habló de dar prioridad a los grupos más vulnerables, del respeto a las diferencias, de la importancia de la transparencia en la toma de decisiones públicas y de recuperar la alegría del pueblo, así como de su compromiso para acabar con el hambre y la desigualdad. Se pronunció en favor del diálogo y la “fuerza de la palabra”, y anticipó que rabajará para rescatar al Amazonas, defender a la población indígena, promover el comercio inclusivo, el conocimiento y la innovación. Además, afirmó que “la mayoría de la población dejó claro que quiere más y no menos democracia. Quiere más y no menos inclusión social”.
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La llegada de Lula también redefinirá el papel de Brasil en el mundo. El presidente electo proyecta ampliar la cooperación con los países de América Latina y el Caribe y, con sus vecinos, fortalecer el Mercosur, además de la participación del país en foros multilaterales. Adicionalmente, con el nuevo Gobierno se consolida la posición de las fuerzas progresistas en América Latina.
El reto más importante será la reconciliación. El mandatario electo enfrenta un Congreso dividido y casi la mitad de la población que se pronunció por un programa de gobierno inclinado a la extrema derecha. La solidez de las instituciones permitirá avanzar en el camino del cambio y resolver las diferencias sin violencia, mediante acuerdos.