Los indicadores de las enfermedades mentales arrojan un incremento sorprendente. Muestran como los suicidios han aumentado, basta ver el crecimiento de la industria farmacéutica con las ventas de antidepresivos, y que decir sobre los que calman la ansiedad y los hipnóticos que sirven para dormir, para certificar que estas investigaciones no mienten.
Muchos hablan de que este fenómeno se debe a la falta de sentido en la vida, y no precisamente por la búsqueda, tantas veces infructuosa, de la tan sobrevaluada felicidad.
Y es que quizá el problema está acunado en el vacío existencial en el que el hombre contemporáneo está engullido. Nos damos cuenta que no se llena con cosas, se habita con un sentido de vida que pulse por dentro, pero no sabemos cómo hacerlo.
La religión, la comunidad o los rituales, han dejado de tener la fuerza con la que aquellos, antes de nosotros, llenaban ese espacio; eran los cimientos de la arquitectura de la vida de la humanidad; pero ya no están ahí.
Los conceptos de individualidad y emancipación han generado una secularización, donde la comunidad ya no se incluye en el mapa del mundo. Vivimos en el frenesí de lo que Bowman llama la modernidad líquida, esa figura del cambio y de transitoriedad en este modelo social, donde el fin de la era del compromiso mutuo se diluye.
Entonces la búsqueda se abre con ímpetu hacia el consumismo en el que vivimos, ofreciendo la posibilidad de comprar experiencias, llevando a la corrosión y al desarraigo, despojándonos de los marcos de referencia que antes teníamos.
Hoy las premisas están en las herramientas que nos permitan suturarnos de nuevo en búsqueda de rumbo, y algunos autores como Emily Esfahani plantean que, “buscar la felicidad es lo que más nos aleja de ella”
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Plantea que hay cuatro pilares para anclar los cimientos de esta contemporaneidad. El primero sería el de la pertenencia. Ésta nos ancla, nos arraiga y nos permite ser quienes somos, mientras somos reconocidos por otros.
Otro es el propósito, que es un ingrediente del sentido de vida, es la parte que nos guía hacia el futuro, un objetivo que orienta nuestra vida.
Está la trascendencia, que marca el sentirnos conectados a algo mucho más grande que nosotros. Como cuando sentimos la conexión con la naturaleza, o contemplamos una noche estrellada y nos fundimos con el universo. Es disminuir nuestra idea de individualidad, y percibirnos como parte de.
Por último, estaría la narrativa que trata de la historia que nos contamos. Un proceso donde la búsqueda de coherencia en los porqués y los cómos se plantean desde el lenguaje. Moldeando los sucesos para darles nuevos significados.
Quizá hoy el caos en el que estamos, nos obliga a replantearnos una vez más, las preguntas esenciales de la existencia, ¿Quiénes somos, para qué estamos, a dónde vamos?, y desde ahí buscar nuevas alternativas para construirnos una realidad menos dolorosa.
DZ
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