La política exterior mexicana se ha basado tradicionalmente en la Doctrina Estrada, la cual data de 1930 y se rige bajo el principio de que ningún Estado o gobierno debe interferir en asuntos de otras naciones, ni requiere del reconocimiento de otros para proclamar su soberanía.
Más allá de la vigencia o no de esta doctrina, llama la atención cómo el actual gobierno federal la utiliza a su conveniencia.
El gobierno encabezado por Morena en reiteradas ocasiones, ha señalado que su administración rige su actuar bajo esta doctrina, sin embargo, en los hechos, pocas veces ha sido así.
Por ejemplo, cuando el actual presidente norteamericano Joe Biden ganó las elecciones frente a Donald Trump, el presidente López Obrador no emitió mensajes o llamadas de felicitación, es más, dijo que iba a esperar a que oficialmente proclamaran su triunfo para hacerlo. Esto, porque a su decir, sería ir en contra de la tradición de no intervención.
En caso contrario, cuando Gustavo Petro e Inácio Lula da Silva ganaron los comicios electorales de Colombia y Brasil, respectivamente, no dejó pasar el tiempo y mandó sendas felicitaciones a ambos candidatos de izquierda.
Ahora, con lo acontecido en Perú, nuevamente interviene en los asuntos de esa nación para descalificar a los opositores de Pedro Castillo y señalar supuestos vínculos de conspiración entre actores políticos e intereses fácticos.
Resulta grave que, a pesar de los señalamientos que enfrenta el ex presidente peruano, el primer mandatario mexicano lo defienda y viole el principio de no intervención de México hacia otros países.
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Es claro que, el presidente López Obrador se hermana con los gobiernos autoritarios y los mandatarios populistas, aquellos que como él, no respetan los derechos y libertades de sus connacionales, no permiten los contrapesos y estigmatizan y persiguen a opositores.
Seguramente el diplomático y académico Genaro Estrada estaría avergonzado de cómo su doctrina es utilizada por este gobierno de manera discrecional y cuando le conviene.