Si el propósito es pasar las fiestas lo mejor posible, entonces una sola recomendación: no beber alcohol en exceso. Ingerir bebidas embriagantes al amparo del “maratón Guadalupe-Reyes” (que a veces termina en el día de la Candelaria) provoca los peores hábitos sociales en una temporada en la que debería ocurrir todo lo contrario.
No hay ninguna prueba de que la responsabilidad está alejada de la diversión o de que nadie puede pasar momentos de plena felicidad sobrio; en realidad, esas ideas son el origen de muchas de las calamidades que nos acosan durante todo el año.
Por ejemplo, beber y conducir un automóvil es la causa de auténticas tragedias que solo se entienden cuando ya es demasiado tarde. Nadie puede beneficiarse de manejar borracho y tampoco se afina ninguno de los sentidos gracias a un exceso en los brindis.
A pesar de los esfuerzos de los programas para detectar alcoholemia, cientos de conductores tratan de evadir los controles y las sanciones. Una de las ventajas que alguna vez tuvieron las aplicaciones de traslado de pasajeros era que la responsabilidad de manejar se le trasladaba a quien daba el servicio, lo que ponía demasiada confianza en personas que, ni antes ni ahora, tenían pruebas de seguridad y verificación de antecedentes adecuados.
Choques, accidentes, atropellamientos y lesiones diversas, son el pan de cada día en las grandes ciudades del país y, en la mayoría, el abuso del alcohol está presente.
Los homicidios culposos (los que no son producto de un crimen, una agresión directa o una riña) representan un 30 por ciento, en promedio, de las pérdidas de vidas cada año y podrían eliminarse prácticamente si al beber nos moderáramos y nunca nos pusiéramos detrás de un volante.
Luego viene el problema de la violencia, la doméstica y la pública, que se relaciona con la tenencia de armas de fuego en manos de civiles que no sabemos usarlas, pero que las descargamos en contra de otro ciudadano en apariencia igual de pacífico.
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Si el alcohol desinhibe, también hace surgir lo peor de nosotros con un elemento adicional: perdemos la noción de las consecuencias de nuestros actos.
Como si fuera una broma, circulan ediciones de los diferentes accidentes, varios fatales, que ocurrieron durante la celebración multitudinaria del campeonato mundial de futbol en Buenos Aires, Argentina. Basta observar un poco los videos para reconocer los efectos del alcohol en la mayoría de los afectados.
Confundimos celebrar con emborracharnos y asociamos la felicidad con la pérdida de límites que, sin la ayuda de unas copas, jamás cruzaríamos. Reitero que no pretendo defender una posición moralina, pero en cuestión de seguridad la presencia del alcohol en demasía ha producido hechos lamentables que no pueden ser reparados.
Más cuando se junta con riñas, venganzas personales y asuntos pasionales, que forman parte de otro gran porcentaje de los homicidios dolosos en México. Como sociedad podemos hacer mucho para evitar la pérdida de vidas valiosas tan solo con un comportamiento diferente hacia el alcohol y su supuesta relación directa con cualquier fiesta.
Los más jóvenes pueden modificar ese mal hábito y enseñar a las generaciones de mayor edad que los reflejos ser pierden después de dos tragos, que el alcohol se acumula en la sangre y no en el estómago (es decir, el café, los hielos, algo picoso, no bajan la borrachera) y que nadie se “entabla” por beber el mismo licor toda la noche.
Existen muchos riesgos que podemos prevenir con una cultura de la corresponsabilidad, varios demandan la coordinación con buenas autoridades y vecinos, el beber con moderación es decisión única de cada uno de nosotros y tomarla garantiza que cualquier festejo, en cualquier etapa del año, será seguro.
Bendiciones y felicidades para los lectores de Publimetro y sus familias, gracias por un año más de poder compartir con ustedes.