Ceñirnos entre los brazos es un apacible acto de cercanía. Esta resplandeciente manifestación ha sido quizás, una de las expresiones amorosas más antiguas de la humanidad. En ello se teje un lenguaje que no necesita ser expresado a través de las palabras y activa en lo profundo, el remanso de una respiración pausada cuando tanto se necesita.
Es un gesto, apretando que constriñe con fuerza para acomodar los huesos con profesa ternura y gesta una sensación que recompone nuestras heridas; como un hilo que sutura, que remienda.
Pensar que es algo meramente intuitivo, acota la grandeza que encierra, difícil olvidar la sensación de sentirnos estrechados por una persona amiga, rodeados de unos brazos fuertes, de un regazo que acoge y que tantas veces marca una despedida. Imposible soltarnos cuando envuelven ternura y están llenos de calidez.
Son los que se perciben en la distancia los que nos hacen suspirar y están los que son de pareja, de amistad, de reencuentros, de cariño; los que son cortos, largos, apretados, tímidos, los que encierran la pasión de los amantes. Están los inolvidables, los sentidos y también en su polaridad existen de los otros; los fríos, metálicos, hipócritas, los que son de traición y algunos que no debieron ser.
Cada uno marca una impronta en nuestra memoria y nos hace sentirnos profundamente vivos.
En ellos, se esconde un lenguaje simbólico que alberga los secretos del afecto, entonces el alma se hace cómplice del silencio y los sentimientos fluyen a borbotones. Sin darnos cuenta, un abrazo tantas veces mira de frente a la soledad y la vence por tímidos instantes.
Se necesitan muchos abrazos diarios para sobrevivir, para mantenernos y crecer. Al final nos llevamos el amor vivido, y con él, los miles de abrazos que nos hayamos atrevido a dar y a recibir.
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A veces, hay algunos que nos cuestan; estos, sobre todo estos, tienen mucho de humano y pueden cambiar el sentido de protocolo, si pensamos que a veces nosotros mismos los necesitamos, aunque no los merezcamos. Abrazos difíciles, que nacen de la voluntad y se transforman en luz.
Tal vez los que más nos costaron, tengan mayor valor. Podría ser, que estos nos acerquen un poco a la inocencia original, ahí donde nace el amor con el que fuimos creados.
Un niño al nacer, cuando puede ser recibido por unos brazos, estos son la prolongación del corazón cálido de su madre, envolviéndolo de honda humanidad.
Durante la vida hay abrazos que llevan la transmisión de un corazón que perdona incondicionalmente, sin importar lo que haya hecho y estos tienen alma de tejernos a retazos de nuevo, para continuar de otro modo.
En todo el año, hay grandes excusas para darlos, pero sobre todo en el tiempo de la Navidad. Época que abre un espacio especial para los que son de extrañarnos, pues buscamos estas fechas para reunirnos, encontrarnos y estrecharnos.
DZ
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