La palabra mediocre, por su raíz etimológica, significa quedarse a la mitad de la roca o de la montaña. Es decir que nos quedamos varados a medio camino de la cima o de la meta a donde queríamos llegar, a media visión, a medio vivir. La palabra mediocre puede sonar muy fuerte o incluso se le ha dado una interpretación de ofensa.
Sin embargo, define muy bien un estado mental o de actitud que nos mantiene empotrados en un punto en el que sólo damos vueltas sobre el mismo eje en el que seguimos teniendo los mismos resultados.
La llamada zona de confort, es un ejemplo muy bueno de mediocridad, pues te mantiene encerrado únicamente dentro del área que has abarcado en el pasado, y no más.
Lo que nos ha ocurrido, si es que nos aferramos y no lo procesamos como una experiencia de aprendizaje, nos sigue definiendo para crear el futuro o, en otras palabras, nos convierte en víctimas del pasado, haciendo de este nuestra cárcel, pues sólo nos permite ver una pequeña y además caduca versión de lo que ahora sí podría ser y suceder.
El pasado como trauma nos limita enormemente al hacer que nos veamos a sí mismos tan sólo como un resultado específico de lo que hemos vivido y no como lo mejor que podemos aún llegar a Ser y alcanzar. La mediocridad está arraigada en los hábitos y patrones no saludables en el cerebro que nos limitan y nos mantienen en la zona de confort.
En el trasfondo, es una manifestación del miedo arraigado a equivocarnos y en la culpa de tener más, querer más, obtener más, realizarse más.
Así, la mediocridad se puede extender a todo cuando hacemos, por ejemplo, manteniendo un trabajo mediocre, no porque el trabajo lo sea en sí, sino porque nos deja a la mitad del camino en la satisfacción que podría darnos, o haciéndolo mediocremente aunque sea el mejor trabajo del mundo; manteniendo relaciones mediocres al dar y recibir sólo a la mitad, al estar satisfechos sólo la mitad, al justificarnos con frases como “peor es nada”, o “mejor bueno por conocido que malo por conocer” y muchas otras más.
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Hasta podemos usar mediocremente lo que compramos, no ocupando todas sus funciones, ni siquiera conociendo todo lo que pueden hacer las cosas por nosotros, porque nuestra actitud es quedarnos a la mitad.
Por eso el estado de enamoramiento es tan adictivo y especial, porque gracias a la química hormonal que genera, tendemos a dejar a un lado la mediocridad -el miedo-, la flojera, la victimización, las culpas- y estamos dispuestos a echar toda la carne al asador.
Así es como deberíamos vivir siempre: enamorados de lo que hacemos y de aquello que queremos alcanzar.
La mediocridad nos pone barreras, nos lastima, nos frustra, nos ensombrece, nos convierte en personas manipulables y es nuestra propia mediocridad la que no nos deja crecer y expandirnos, pues nos impide el éxito justificándolo con juicios y creencias basados en el pasado.
Tener resistencia a ser personas exitosas viene de esta actitud y conducta de mediocridad.
Si tan sólo creyéramos un poco en la posibilidad de que al superar nuestras barreras y limitaciones y lograr el éxito y la salud, nos convertimos en una fuerza para el bien, dejaríamos de creer que no alcanzar, no tener, no Ser, no lograr, no ser exitosos, nos hace más buenos, o mejores seres humanos.
Simple y llanamente, nos hace más limitados y dependientes. Como lo menciona Joe Dispenza: vivir en la supervivencia genera emociones egoístas, y vivir en la expansión permite que nos abramos a ser más generosos.
En la mediocridad resulta imposible encontrar una solución para los problemas, pues estamos esclavizados con el pasado, pero usted siempre puede elegir diferente a cada instante, y crear una nueva y mejor realidad dejando su zona cómoda de pensamientos, ideas, y conductas que le mantengan atrapado en la mediocridad.