México y Estados Unidos compartimos una frontera de 3,145 km, una de las más extensas del mundo, que conecta del lado nuestro a los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California, con Texas, Nuevo México, Arizona y California en el lado estadounidense.
Además, por ella se intercambian de manera bilateral cerca de 3 millones de dólares en mercancías por minuto y cruzan miles de personas al día. Es así como la frontera se transforma sin pausa, por las interacciones a distintos niveles, no solo en el económico y el político, sino también en el social y cultural.
Los resultados de la Cumbre de Líderes de América del Norte, celebrada en enero pasado en la Ciudad de México, hicieron patente la importancia de trabajar de manera conjunta en la construcción de una frontera moderna y segura, acorde con las necesidades actuales.
Se trata, por tanto, de diseñar una zona fronteriza eficiente que detone nuevas oportunidades para la población de ambos países. Y es que tan solo con reducir el tiempo de espera en los cruces fronterizos de un lado a otro puede crear miles de empleos en México, aumentar el Producto Interno Bruto (PIB) de varios estados nuestros y generar cientos de miles de dólares en derrama económica en Estados Unidos.
En concreto y de acuerdo con el estudio “El poder transformador de tiempos de espera reducidos en la frontera México-Estados Unidos: beneficios económicos para los estados fronterizos”, publicado la semana pasada por el Atlantic Council, la Universidad de Texas y el Colegio de la Frontera Norte, aumentar la eficiencia fronteriza en 10 minutos puede resultar en más de 3 000 empleos adicionales en los seis estados fronterizos de nuestro país, y elevar su PIB combinado en un 1.34 por ciento.
Desde luego, reducir los tiempos en la frontera impulsaría el comercio con nuestro principal socio, ya que permitiría que ingresaran a Estados Unidos mercancías por un valor adicional de 25.9 millones de dólares, lo que a su vez generaría un gasto extra por 547 mil dólares en los cuatro estados fronterizos de esa nación.
De manera paralela, incrementaría el ingreso —en promedio— de 388 nuevos contenedores cargados al mes desde México hacia Estados Unidos. Esto beneficiaría directamente, por ejemplo, a las y los trabajadores de nuestro campo, quienes verían un aumento en sus ingresos, toda vez que su principal mercado de exportación es el de la Unión Americana.
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De la misma manera y con ayuda del T-MEC, cuya implementación hemos acompañado en el Senado de la República desde su entrada en vigor, reducir el tiempo de los cruces fronterizos haría posible aprovechar todo el potencial que ofrece la relocalización de la cadena de suministros (nearshoring), especialmente en sectores como el automotriz y el de semiconductores, cuyo impacto podría sentirse también en otras regiones del país.
Sin duda, el tema de seguridad es fundamental para este propósito de hacer más eficiente la frontera entre México y Estados Unidos. En el Senado coincidimos con que la futura legislación en materia de asuntos fronterizos debe reconocer la relación simbiótica entre mejorar la seguridad compartida y potenciar las ventajas económicas.
En tal sentido, contar con los mecanismos necesarios —e incluso el uso de nuevas tecnologías— es fundamental para fomentar el intercambio de información que ayude a combatir el tráfico ilegal de armas, drogas y estupefacientes, y al mismo tiempo, permita un mayor y más ágil flujo de personas y mercancías en ambos lados.
Si bien es evidente la conveniencia de contar con cruces colindantes más eficientes y seguros, debemos recordar que el dinamismo de la frontera es nodal para la economía norteamericana y tiene efectos tanto a nivel nacional como local en México y EUA.
Por tanto, es necesario avanzar de manera coordinada en distintos ámbitos de gobierno en este esfuerzo, cuyos beneficios se pueden volver tangibles en el corto, mediano y largo plazos.