Llevamos años azotados por un delito que podría reducirse si nos organizáramos mejor que quienes lo cometen, pero no lo hacemos y en ello tenemos una responsabilidad general que va más allá de la legítima exigencia de resultados a las autoridades.
Creo que nadie que lea esta colaboración es ajeno a una llamada de extorsión telefónica y, tristemente, muchos habrán sido víctimas de una en varias ocasiones o habrán caído en un chat con alguien que amenazó y se hizo pasar por un criminal.
La angustia y la sensación de estar amenazado es un grado de temor que está cerca del pánico y provoca justo lo que el delincuente busca: inmovilidad para no pedir ayuda, aislarnos y rendirnos a las órdenes del supuesto criminal (que lo es, solo que no del tipo que pensamos).
Si a diario revisamos noticias acerca de crímenes o sabemos de alguien cercano que fue víctima de uno, la duda sobre la autenticidad del ataque de un extorsionador es mínima. Me toca a mí hoy, como les toca a miles todo el tiempo, es nuestro pensamiento y por las cifras de incidencia, no estamos tan equivocados.
En lo que sí no somos asertivos es en la manera de prevenir un delito que solo puede iniciar si entramos en contacto con el extorsionador. Por más que suene repetitivo, debemos insistir en nunca responder a una llamada o un mensaje de un número desconocido.
En caso de hacerlo, hay que colgar de inmediato y denunciar al 089, un número que está dedicado específicamente para recibir reportes sobre este tipo de crimen. Las autoridades deben dar seguimiento a las denuncias; a los ciudadanos nos corresponde hacerlas y seguir su atención.
Pero se puede hacer más. Compartir a nuestro contactos cualquier modus operandi, alertar en nuestras redes sociales si se hacen pasar por empresas conocidas, exigir a las compañías telefónicas que cancelen los miles de números que son utilizados para extorsionar y a los bancos que eliminen otros miles de cuentas activas que reciben los depósitos por ese delito.
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Claro que debe erradicarse la presencia de teléfonos celulares en las prisiones, solo que el porcentaje de llamadas que se realizan de otra ubicación sigue siendo importante y esas pueden reducirse rápidamente si los números y los teléfonos son inutilizados.
Esa es una demanda de ciudadanos y de consumidores, en un país en el que el 94 por ciento de la población tiene un teléfono móvil.
Han surgido aplicaciones tecnológicas útiles para descargar y estar protegidos, aunque el fondo es la falta de coordinación entre la iniciativa privada, la ciudadanía y las autoridades. Una mejor colaboración ayudaría a cerrarle el paso a las oportunidades que tienen de afectarnos, siendo la primera una que ignoramos: nuestra falta de comunicación.
Un criminal necesita que sus víctimas estén lo más aisladas posible para que no puedan pedir ayuda y cuando no publicamos las formas o los medios por los que se nos extorsiona les otorgamos precisamente eso, además de un poder sobre nosotros que no merecen.
El delito de extorsión, la mayoría telefónica, tiene un funcionamiento particular, como cualquier otro tipo de crimen; saberlo impide que seamos sorprendidos, otro factor que es indispensable para convertir a una persona en víctima.
Se trata de un crimen barato, fácil de cometer desde cualquier sitio y que demanda una infraestructura mínima: solo es necesario teléfonos celulares y un listado de números al que llamar hasta que caiga alguien en el engaño.
Ese no es ningún consuelo, millones de números telefónicos, en bases de datos que se trafican sin control, llegan a las manos de estos delincuentes; son su materia prima y al parecer a nosotros no nos importa demasiado y ese es un error.
Otro, el que respondamos casi por reflejo a llamadas, mensajes o correos; un tercero, que desconfiemos de la denuncia y no hagamos algo por acudir a una autoridad o a alguien cercano para verificar si es una amenaza real.
Esto no reduce el impacto del delito, pero sí el comprender que es uno hecho de manera remota, con el miedo como base y con amenazas que casi nunca se cumplen, porque eso sería otra clase de delito. Hasta aquí una primera parte, para seguir con el diálogo que permita una cultura de prevención para un crimen que podemos frenar si, por fin, nos unimos.