Las posibilidades de que una persona consuma alucinógenos que, en el peor de los escenarios, le lleven a la muerte, están latentes y demandan conocimiento y prevención.
En reuniones y fiestas, principalmente de jóvenes —algunos testimonios refieren su consumo en convivencias de adultos—, se han puesto de moda los chocohongos. La ingesta suele ser consciente, pero existe el riesgo de confundirlos con golosinas inofensivas.
En las redes sociales los promueven como la posibilidad de ponerte astral, aunque la combinación de hongos con chocolate puede ser fatal.
En México existen unas 55 especies distintas de hongos alucinógenos con un componente activo llamado psilocibina. El consumo produce alucinaciones, miedo, pánico, ansiedad o paranoia, debilidad muscular, presión arterial baja, dolores abdominales, vómito y diarrea.
Hace algunos meses, un profesor universitario al que conozco los consumió en una convivencia sin conocer su contenido. Las consecuencias pudieron ser graves; en el hospital al que llegó controlaron la taquicardia y estuvo ahí dos días.
En redes sociales y en entrevistas periodísticas, el testimonio de Eduardo del Villar, lamentablemente, es el de una tragedia: su hermano ingirió chocohongos y horas más tarde, en un brote psicótico, se arrojó desde un edificio de 22 pisos.
Desde la década de los 50, la oaxaqueña María Sabina ha sido célebre por el uso de hongos alucinógenos con fines curativos.
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Estos organismos del reino Fungi representan sabiduría, creación y regeneración; el micelio —los largos hilos soterrados que los conforman— establecen conexiones infinitas e inteligentes con el ecosistema.
Cualquiera puede ser vulnerable al consumo. Conocer y difundir lo que ocurre y sus riesgos es la opción.