La detención de la responsable de la golpiza a otra menor, las dos estudiantes de una secundaria en San Juan Teotihuacán, que iba acompañada de su madre para tratar de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos, apenas explica la situación y las consecuencias que tuvo un caso, entre muchos, de acoso escolar.
En lo inmediato, una menor ya está detenida en una institución de readaptación social para menores, después del escándalo que la orillo a huir. Su madre está implicada también en la escapatoria y la familia, seguramente, marcada para siempre por una pelea que pudo evitarse e incluso detenerse.
Conforme pasaron los días pudimos conocer más información acerca de las agresiones hacia Norma Elizabeth, la víctima, que constituían un caso evidente de acoso escolar (bullying) que era tolerado por sus compañeros y tampoco era el único.
Una concepción equivocada acerca de lo que es el respeto provoca que, de padres a hijos, se reproduzca un modelo de solución de conflictos que solo conoce una salida: la violencia continuada y extrema.
Pensar que la humillación por el uso de la fuerza es una forma de acabar con la violencia es tan errónea como peligrosa en una sociedad que necesita de sus integrantes para evitar que haya cualquier tipo de reacción agresiva.
Los mensajes que recibimos a diario no ayudan mucho para posicionar el diálogo como una herramienta para disolver conflictos, hay una industria del entretenimiento que emite continuamente estereotipos que refuerzan la ilusión de que la manera de prevalecer es mediante el sometimiento de la persona que no está de acuerdo con nosotros o nos perjudica de alguna forma.
¿Cuál será el destino de todas las personas involucradas en la tragedia de Norma Elizabeth? ¿Es la privación de la libertad lo que ayudará a la victimaria a recuperar su vida? ¿Cómo podemos evitar que otros casos sucedan si solo reaccionamos ya que es demasiado tarde?
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Tenemos una construcción social que no pone primero la paz y la tranquilidad como condiciones para reducir la violencia y así se lo hacemos saber a los más pequeños y a los jóvenes. Nuestra recomendación, por lo general, es la ofensiva ante cualquier provocación y “no dejarnos” de nadie que busque abusar de nosotros.
Solo que la línea entre dejar claro que no permitiremos una agresión y agredir a quien nos provoca es muy fina, por que no se nos explica que el acto real de valentía no es enfrentar al acosador, sino denunciarlo y evitar entrar en su círculo vicioso.
A pesar de la explicación que dieron las autoridades escolares, es evidente que no hubo la atención que se debía y que no era el único incidente. Una de las características del acoso escolar es que es notorio, imposible de ocultar, porque se vuelve un evento que arrastra a muchos observadores que ya no son pasivos o nada más impulsan la violencia por diversión, sino que ahora la documentan para subirla a plataformas digitales que captan la atención de miles a través de este tipo de actos condenables.
Esos observadores son el factor que podría detener las agresiones. Su papel de testigos no los limita para tomar decisiones correctas y parar la violencia. La costumbre de no intervenir ha provocado la pérdida de demasiadas vidas, así fuera una sola. Nada se soluciona con ganar una pelea, demostrando mayor fuerza contra un semejante. Nada se consigue dejando que las diferencias se solucionen a golpes. Lo hemos visto cientos de veces y seguimos pensando que para forjar carácter en una persona es indispensable que sepa defenderse, cuando en realidad lo que inculcamos es que sepa atacar primero.
Unirnos contra el acoso escolar es una obligación ciudadana, en la que las autoridades tienen mucho que ver, pero que puede eliminarse si determinamos desde nuestro hogar que la violencia jamás es el camino y nunca lo ha sido. Prevenir las agresiones está del lado de la sociedad y condenar cualquier forma de ataque puede conseguir que lleguemos a un acuerdo sobre lo que significa el valor, el coraje, la tolerancia y la verdadera paz.