Opinión

Carta de un árbol

Carta de un árbol
Foto: Pixabay

Por Beate Heimes

Soy el cerezo, nací hace más de 140 años. Soy muy grande. Vi muchas cosas a lo largo de mi vida. Hoy te escribo para platicarte cómo vives en mis pensamientos y recuerdos.

Te conocí en 1973 a mediados de julio, era verano; ya se había acabado la cosecha de mis ricos frutos rojos en forma de corazón, únicamente en la parte más alta de mis ramas algunos esperaban a los pájaros curiosos y hambrientos.

No estabas contento de mudarte, habías dejado atrás amigos y la casa donde naciste. Te noté triste, esperaba te sentaras en mi sombra, al pie de mi tronco para conocerte mejor. Lo hiciste.

Tenías en tus manos un hermoso libro de cuentos de Hans Christian Andersen, y mirabas largo tiempo sus hojas coloridas con dibujos lindos, relatando historias antiguas. Había visto algo similar, mucho tiempo atrás, antes de las bombas y de la miseria, recordé.

El invierno llegó, hacía bastante frío, el peso de la nieve lastimaba mis ramas, solo un poquito, porque entendí muy joven, que nosotros, los árboles, necesitamos esta temporada de descanso, y de cambio que es fabuloso.

Así como me ves parado aquí, nunca me aburro de estar en el mismo lugar. Lo sabes, me has visto florear, sacar muchas hojas, cambiar de color, crear frutas y todo lo que no puedes ver…

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Debajo de mí hay un tumulto, mucha vida, tráfico de hormigas, gusanos y topos, astutos y rápidos constructores. Me divierten, me conocen bien, me respetan. Me llevan comida, ayudan con mis desechos y se duermen entre mis raíces.

¡Tenemos mucho en común, toda una vida! Cuando dormías en tu cama, a menos de 20 metros de mí, podía escuchar tu respiración, tan clara como cuando me abrazabas. Tengo muy buen oído, escuchaba hasta tus sueños.

Era un gozo verte admirar mis flores en la primavera, cuando salían mis primeros frutos veía tu cara con ese brillo que sólo se repitió, cuando te enamoraste por primera vez y me lo contabas.

Recuerdo que tu mamá decía: No comas tantas cerezas…no olvides que debes esperar por lo menos una hora para tomar agua, si no te va a doler la pancita. Cuidado con tu ropa, la cereza mancha y no sale con nada.

Tu mamá me quería mucho también; escupía los huesos de mis frutas más lejos que nadie, platicaba sus recuerdos de infancia, las competencias de quien escupe más lejos que solía tener con sus dos primos.

Antes de irse, hacía con mis cerezas, deliciosas mermeladas y pasteles; el día que enfermó, sacaba un pastel con cerezas del horno, se desmayó y tuvo un infarto. Me dolió mucho por ella, después ya nadie recogía mis frutas, ahora cada vez tengo menos.

La primera vez te fuiste sin despedirte, te extrañaba; regresaste bastante pronto y me sorprendiste. Acunabas un hijo tuyo, me presentaste, quería comer cerezas y lo arrullaste muchas veces en mi sombra. Recuerdo sentir orgullo y contento.

Cuando tenías 15 años, tejías suéteres enormes, con tremenda velocidad; increíble imaginar entonces, que conocería a tus hijos. Te vi muy feliz. Luego llegaste con otros dos chiquitos, hermosas criaturas, que me conocieron también. Por cierto, tengo en mi memoria una foto de los tres.

Me respetaron mucho, los abracé con mis hojas verdes… (continuará)

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