Los seres humanos estamos hechos de muchos y muy distintos materiales. Y, aunque suene a frase cliché, lo cierto es que aquello que a diario nos pone a prueba va forjando y perfilando nuestro carácter, por lo que ese antiquísimo aforismo de “lo que no te mata, te hace más fuerte” no sólo es muy cierto, sino que es verdaderamente contundente e irrefutable.
Los individuos que saben sortear las adversidades y que tienen una resiliencia a prueba de balas, son los que al final pueden salir mejor librados de cualquier dificultad que se les presenta.
Sin embargo, convertirnos en personas echadas para adelante y que jamás se rinden tiene su chiste, pues para ser alguien de apariencia y espíritu verdaderamente sólidos se requiere de ir construyendo, sobre la marcha y bajo el método de la prueba-error, de las herramientas emocionales necesarias para poder superar todo tipo de obstáculos.
Y todo se gesta a partir de la infancia, desde el seno familiar, donde nuestros principales maestros deberán ser los padres. De ellos depende que en esos años formativos los niños crezcan y se desarrollen como individuos seguros de sí mismos, con una autoestima resistente y dispuestos a no dejarse derrotar por la primera tormenta que se les pone enfrente… o todo lo contrario.
Si hay apoyo, enseñanza, acompañamiento, respeto y sobre todo, amor, hay muchísimas posibilidades que estemos frente a un hombre o una mujer de buenas hechuras emocionales.
A los hijos hay que enseñarles con buenos ejemplos y también con muy buenas dosis de realidad y, al mismo tiempo, debemos permitirles conducirse con independencia al momento de resolver sus propios problemas; porque si desde que son pequeños nos encargamos de solventarles todo y aligerarles la carga de lo que deben enfrenar en definitiva los vamos a inutilizar para la vida.
Así las cosas, si acompañamos y observamos a lo lejos cómo avanzan, los empujaremos al camino de la autosuficiencia y la autogestión, aunque un buen consejo o una buena llamada de atención nunca están de más.
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Asimismo, cuando los problemas, la desgracia o la calamidad tocan a la puerta también debemos ser lo suficientemente capaces de entender qué ocurre en realidad en nuestro entorno. No podemos fugarnos ni evadirnos porque las vicisitudes no se disipan como por arte de magia. Nada de eso.
Algo que nos incomoda, nos molesta o no nos permite avanzar demanda de nuestra atención inmediata para que lo podamos eliminar de nuestro camino y así no nos estorbe o nos perjudique.
Por eso, los problemas económicos, los de comunicación, los de pareja, las adicciones, los momentos de inseguridad emocional, las disyuntivas laborales, los padecimientos de salud… todo, ¡absolutamente todo!, debe ser digno de nuestra total atención y de ser tomado seriamente en cuenta.
Y a los problemas hay que entrarles con toda la actitud, sin miedos y sin dudas porque, insisto, nada se va a disipar por sí solo. Debemos ser entes activos y reactivos, pero sobre todo con la iniciativa y fortalezas suficientes para no permitir que el tsunami de las adversidades nos arrastre.
Y nunca olvides que los individuos más fuertes no son aquellos que jamás enfrentan problemas. Nada que ver. Los más sólidos son los que una y otra vez han caído derrotados pero que su buena disposición los levanta para seguir adelante. Si te caes ocho veces… ¡levántate nueve!