Por Natalia Hinojosa
Alguien me dijo alguna vez que el psicoanálisis había cambiado su vida y en el momento me pareció absurdo pensar que una terapia tuviera ese poder.
Recuerdo perfecto que llegué a la primera sesión con la intención de que el terapeuta me diera toda una cátedra del psicoanálisis y entonces poder imaginarme la conversación que sostuvieron Freud y Salvador Dalí cuando el loco genio fue a visitarlo a su casa en Viena.
Siempre he dicho que Dalí es mi pastor e ingenuamente creía que tener un psicoanalista enfrente me daría herramientas para entenderlo mejor, cómo si fuera necesario, y entonces tendría la oportunidad de imaginarme la manera en la que funcionaba su alucinante y fascinante mente.
Reitero, fui muy ingenua. Algo ignorante también, y es que no tenía la menor idea de en lo que me estaba metiendo.
Después leí que para cuando Dalí fue a Viena, Freud tenía un cáncer de garganta bastante avanzado y apenas y alcanzó a pronunciar una frase antes de que el pintor catalán partiera.
Descubrir el mundo de los sueños, del inconsciente, de las maneras tan extraordinarias en las que nosotros mismos intentamos hablarnos, darnos mensajes o hacernos prestar atención, me pareció no sólo útil y divertido poder diseccionar elementos y códigos creativamente escondidos en los sueños.
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Sino que conforme me fui adentrando en la terapia y me di cuenta que había llegado ahí por un motivo que en su momento no alcanzaba a vislumbrar, supe que el trabajo superaba los límites de una terapia convencional y comencé a interpretar todo como mensajes de mi alma. El alma, el espíritu sabe y quiere en todo momento lo que es mejor para nosotros.
Llevaba un rato cuestionándome la relación entre alma, intuición, inconsciente y me emocionaba la puesta del sol porque entonces estaba más cerca de ir a dormir, y dormir se convirtió en una aventura en la que tendría la posibilidad de descubrir, aprender y recibir mensajes; casi sin darme cuenta hice del hábito de escribir mis sueños todas las mañanas, la mejor herramienta de transformación; y es que el mensajero y el receptor son el mismo.
Es cierto que solo pensar en echarse un clavado a lo más profundo de nosotros y escarbar puede sonar aterrador… todo un reto; la realidad es que la práctica resulta paralizante y dolorosa, pero también increíblemente liberadora. Personalmente, creía que era prácticamente imposible desenmarañar la complejidad mental y emocional de mi existencia; me da una satisfacción inmensa el presagio de ese alguien, el psicoanálisis (o terapia) cambia vidas.
Una cosa es ir a terapia, otra muy distinta es estar dispuesto a ensuciarse las manos. Claro que es un trabajo que nunca termina y es de todos los días, pero por algún lugar habrá que comenzar.
Encontrar un terapeuta con el cual hagamos click no es tarea fácil, pero definitivamente vale la pena intentarlo. Gracias a C7 y sus terapeutas para todo tipo de personalidad.
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