El término formal de la pandemia abre espacio para aplicar nuestros aprendizajes, mantenernos alertas a los alegatos respecto de las cifras y nos permite enderezar nuestro sentido de vivir ante la evidencia de la fugacidad de la vida y, dentro de ella, de la propia enfermedad.
Como ciudadanía aprendimos a convivir con el riesgo sanitario y nos volvimos más fuertes. Situaciones tan sencillas como el lavado de manos fueron revaloradas.
A 3 años y 3 meses de ser declarada la pandemia tenemos aprendizajes que fortalecen la confianza en la resiliencia, capacidad para el trabajo comunitario aun en el aislamiento o los logros de la ciencia.
Colocamos a la salud mental, la sana convivencia familiar y la seguridad en el espacio digital como fundamentales en la cotidianeidad.
Hasta antes de la Covid, las peticiones de contención emocional recibidas en el Consejo Ciudadano de la CDMX representaban menos de una quinta parte del total, ahora significan más de una cuarta parte.
Situaciones invisibilizadas o normalizadas en los hogares fueron develadas. Los reportes de violencia familiar prácticamente se quintuplicaron entre 2019 y 2022, en más de un 90 por ciento de los casos contra mujeres y en la misma proporción perpetrada por hombres.
Las madres —quienes en la pandemia enfrentaron altos niveles de estrés ante la multiplicación de tareas— reportaron agresiones y buscaron apoyo emocional ante el agotamiento.
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En el marco de los festejos por el Día de las Madres y en plenitud con la postpandemia tenemos la oportunidad de celebrarlas con igualdad y una distribución equitativa de labores.
Trasladamos buena parte de nuestras actividades al espacio digital y estamos en un proceso de fortalecimiento de la educación y prevención cibernética.
Tres años y tres meses después, el aprendizaje nos hace más fuertes.