Sí, no será una, sino muchas, y habrá que acostumbrarse a ellas. Oleadas de calor no vistas, mientras nieva en algunos sitios y en otros más padecen inundaciones por lluvias torrenciales que se han adelantado. Todo al mismo tiempo.
Igual que ocurre con nuestro cuerpo cuando identifica un organismo que no debería estar en él, la naturaleza parece que sube y baja su temperatura para contrarrestar el impacto de los humanos en su superficie. Tampoco es que sea difícil comprobar la huella que hemos dejado con la contaminación del planeta, pero lo que tendría que preocuparnos es la manera en que podemos revertirla rápidamente, es decir, en los próximos años.
En México teníamos un lustro de no registrar temperaturas tan altas y rivalizan con algunos registros que sufrimos en el aparentemente lejano año de 1998; sin embargo, a nadie nos debe quedar duda de que estamos frente a fenómenos meteorológicos extremos que se repetirían conforme el planeta empieza a adaptarse a las modificaciones que, entre todos, decidimos empujar con nuestros hábitos y conductas. La Tierra se acomoda a lo que le hemos dejado y, espero equivocarme, hará lo mismo con nosotros para establecer un nuevo equilibrio.
No soy particularmente un aficionado al calor, aunque estoy seguro de que hoy ni siquiera los más proclives al clima tropical se siente cómodos cuando el termómetro llega a los 45 grados y la sensación es de unos diez grados arriba. Como todo en la vida, los extremos tienden a afectarnos mucho y nuestro mejor desempeño lo logramos cuando alcanzamos un balance.
Frente a esta realidad, muy diferente a estados del país donde contar con aire acondicionado o ventiladores prendidos la mayor parte del día son medidas indispensables para superar estos periodos, los capitalinos parece que hacemos poco más allá de quejarnos e hidratarnos para reducir la incomodidad.
Recomiendo que este fin de semana, como paseo y como una acción concreta para ayudar a navegar esta ola que ya lleva varias semanas, acudamos al vivero más cercano y compremos plantas y macetas para empezar a contribuir con la disminución de la temperatura desde el hogar. No sobra que además plantemos algunos árboles (siguiendo las recomendaciones de las autoridades y de expertos) en espacios comunes. Cualquier sitio cambia -y mejora- cuando colocamos plantas y hay agua.
En lugar de esperar a que el planeta nos acomode, contribuyamos para que la transición, que se ve inevitable, se tersa y a una velocidad en la que obtengamos la tecnología correcta para dejar de contaminar. Las imágenes de Nueva York la semana pasada con un cielo naranja, inconfundible en películas de ciencias ficción, por el humo de incendios forestales que viajó desde Canadá, debe convencernos de que no hay un solo sitio en el mundo que no pueda ser afectado por un desastre natural, sea espontáneo o provocado por la acumulación de irresponsabilidades humanas.
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Reflexionemos sobre lo que significa que la temperatura en la costa no esté tan lejos de la que se registre en la capital del país, donde no estamos preparados, ni acostumbrados, al día a día bajo la inclemencia del calor. En varios estados es común pasar de un clima a otro en horas, al tiempo que en regiones enteras las condiciones de vida giran alrededor de evitar al sol.
No veo por qué no podamos rodearnos de plantas y de árboles en cada espacio en el que convivimos o tomar como misión reducir el avance del asfalto y del concreto a través de la reforestación urbana. Podríamos, como sociedad, instaurar el hábito de proteger a las abejas, en lugar de ignorar los mensajes que se nos envían acerca del peligro de su extinción.
Un planeta nuevo puede no estar incluyéndonos entre sus huéspedes y volvernos a colocar en una posición dominante llevaría, en el mejor de los escenarios, los mismos siglos que nos tomó estar en el lugar de la historia en donde estamos ahora.
La tecnología que hemos desarrollado tiene que servir para que estemos preparados para equilibrar nuestro entorno y remediar nuestra presencia en la Tierra. Soportar el calor tiene una triste semejanza con quejarnos del tráfico, o de cualquier otro problema, si no hacemos nada por resolverlo, solo tiende a ponerse peor.
Hagamos lo que ya sabemos que nos ayuda a reducir el calor general e impactemos nuestro medio ambiente. Un viejo dicho dice que el mejor momento para plantar un árbol (y todo lo demás que puede hacerse) fue hace veinte años; el segundo mejor momento, es hoy.