Hace ya varias décadas, desde el gobierno, se lanzó una campaña publicitaria para reducir el consumo de electricidad en los hogares. El mensaje era pegajoso: “Ayude un poco, aflojando un foco” y en un texto más pequeño se justificaba que nuestras fuentes de energía no eran suficientes, si se malgastaban. Corría el año de 1972.
Históricamente, desde la llamada revolución industrial, la humanidad ha consumido más energía de la que podía producir. La explosión demográfica, los avances en la medicina que ampliaron la expectativa de vida, y la producción de artículo en serie, han creado una demanda de energía enorme, a la que ahora se le suma el cambio climático.
Vivir en temperaturas extremas no es nuevo tampoco, pero las nuevas condiciones, irónicamente provocadas por el mismo uso de fuentes de energía no renovables, hace que el calor y el frío se extiendan a otros territorios, sorprendiendo a millones de personas que no están acostumbrados a mitigar ambos climas por medio de electricidad, leña o petróleo.
Igual que con el cuidado del agua, estamos habituados a presionar un botón y recibir luz gracias a un foco. En muchos hogares, contamos con varios y además les agregamos lámparas, aparatos de sonido, de cocina, televisores, cargadores de teléfonos móviles, tabletas y dispositivos inteligentes. Todos conectados a una misma línea de suministro eléctrico que necesita mantenimiento, ajustes, eventualmente modernización, y una sociedad que colabore para no gastar de más un servicio que hoy ya sabemos en muchos estados de la República que es indispensable para vivir.
Dicen que una de las mejores formas que existe para madurar es cuando llegan tus primeros recibos de pago por los servicios públicos que disfrutas. Ahí entienden los regaños de tus padres por dejar una lámpara o una pantalla encendida mientras hacías otra cosa. Una reflexión: no gastas electricidad, la desperdicias; y eso nos debe mover para cuidar la energía que recibimos en el hogar, en la oficina y en cualquier lugar donde nos encontremos.
Es seguro que sin agua no hay posibilidades de supervivencia, pero sin electricidad regresaríamos en el tiempo y la civilización como la conocemos se detendría por completo. Nada angustia a un papá como llegar a casa y ver todo iluminado sin justificación, en ese instante pensamos en los giros incontrolables del medidor y su consecuencia en el pago bimestral, créanme, lo he vivido.
Imaginemos entonces por lo que pasan las familias en el trópico o en el norte del país y lo que significa que, juntos, pudiéramos usar responsablemente la energía eléctrica que recibimos no solo aflojando un foco, sino estableciendo hábitos simples que redujeran nuestro consumo y, obviamente, el costo del recibo. Comparto algunos:
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Esperar a prender las luces hasta que haya oscurecido completamente y, en la mañana, apagarlas en cuanto tengamos suficiente luz solar.
Desconectar cargadores y cables en cuanto tengamos suficiente batería en los dispositivos que se han vuelto de uso permanente. Dejar uno de estos aparatos en el enchufe sigue generando consumo de electricidad.
Colocar focos ahorradores en toda nuestra vivienda; existen muchas opciones en el mercado y con precios accesibles que brindan luz cálida o fría, según sea la preferencia familiar.
Verificar que los aparatos domésticos sean auténticamente ahorradores de energía. Sé que el sueño de tener un hogar automatizado ha seducido a generaciones enteras, pero todavía estamos lejos que lograr que cada parte de nuestra casa responda a comandos de voz y tenga un robot en cada esquina para asistirnos. Además, piensen en el recibo que eso provocaría.
Lo importante es tomar conciencia de que la modernidad que hemos diseñado no avanza sola, hay un costo en recursos naturales, en fuentes de energía y, ahora, en daño al ecosistema que nos ha permitido vivir en el planeta. Llevamos mucho tiempo tratando de convencernos de que la corresponsabilidad es la mejor manera de resolver problemas y carencias, creo que hoy estamos obligados a poner de nuestra parte para que la mayoría tenga acceso suficiente a servicios que necesitamos para seguir adelante.