Desde antes de que el avión de Avianca aterrice, Costa Rica me muestra su cara exuberante, así veo desde lo alto sus montañas rodeadas de un verde selva que baña los parajes naturales, profusa en una fauna y una flora que arrancan el aliento. Los numerosos parques nacionales aprisionan el espacio a la expansión urbana, que en términos generales, no llamó mi atención.
El espacio que habito mientras me muevo de un lugar a otro por estas tierras, está siempre bañado por esa sensación de “Pura Vida” que se ha vuelto un emblema nacional, simbolizando para los costarricenses la simplicidad del buen vivir.
Transitar por una carretera que quita el aliento, son tres horas y media debido a los baches. Pero pese al brincoteo va apareciendo Monte Verde con la neblina que cubre sus tupidos bosques. En la noche al llegar mientras una lechuza y un armadillo nos da la bienvenida, siento que ésta me envuelve y es que me enloquece la bruma.
Amo los parajes lluviosos donde la humedad huele a tierra. En numerosas caminatas el asombro se cobra en mí, los inmensos árboles que sirven de sombrilla atenúan las gotas que ahora caen mansas sobre la espalda. Y apenas mengua, los colibríes de una reserva, salen a tomar el dulce néctar de las flores, mientras en la terraza el paladar se embelesa con una comida extraordinaria.
Estos días el desayuno con gallo pinto y plátanos fritos sacan una sonrisa de mi rostro. El Volcán del Arenal levanta su cuerpo en forma de cono cubierto de verde, aún donde la lava de hace apenas unos años de repente se asoma y los insectos generan sonidos con las alas, las patas, las antenas o los timbales, entonces me siento pequeñita junto al sonido que distrae a los depredadores, y es que estos generan mucho ruido para que no sepan donde están.
Más adelante bajando hacia el mar, nuevamente el éxtasis de los sentidos a pleno cuando el agua turquesa baña el paso de un río, que altanero tiñe sus aguas de minerales escurriéndose del volcán Tenorio. Tres horas de caminata entre los caminos bien trazados, sin residuos humanos, es un privilegio que se vuelve un disfrute.
Ver en lo alto de un árbol, que levanta del piso unas cuatro o cinco decenas de metros, un perezoso que duerme tapándose la cara del sol, es un espectáculo hermoso, sobre todo porque no hay rejas que lo aprisionan. El camino de esta reserva privada llamada Jungle Life es de aserrín, amortiguando el ruido de los pasos del visitante que puede, si va acompañado con un guía, encontrar majestuosas ranas, murciélagos y termitas. El ojo del citadino pierde la capacidad de contemplar usando sus ojos solo para ver, perdiendo la riqueza que va más allá de solo mirar.
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La salud mental, tiene una relación directa en el contacto con la naturaleza.
DZ
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