Por Beate Heimes
Justo hoy recibí un comentario de la primera parte de “la madre narcisista” que se publicó hace una semana: La madre que formó al hijo es la persona más importante para este niño. ¿Cómo, siendo una relación muy compleja para cualquier ser humano podemos dejar el nido, abandonar aquello, que por mucho tiempo era necesario para vivir?
Una respuesta a esta pregunta podría ser: Tus padres te apoyan a que busques tu propio camino, te dan fuerzas para abandonar el nido familiar y te apoyan a realizarte en esta vida.
La otra respuesta podría ser: Debes luchar por tu independencia y romper con las relaciones familiares para lograr salir a la vida y hacerla tuya.
A mí, en lo personal, ambas respuestas me parecen no satisfactorias en su totalidad. Me parece que hay mucho más que incluir, es algo más complejo. Me gusta remitirme a la historia y a nuestra forma de vivir hace muchos años, cuando una parte importante de la educación de los jóvenes fue responsabilidad de la comunidad. Había ritos de integración, de cambio de edades y responsabilidades sociales. La madre si era importante, pero también el entorno comunitario y el padre.
En nuestras sociedades “no comunitarios” la importancia del individuo es tal que hemos perdido de vista el panorama más amplio. Exigimos a las madres ser perfectas, tener hijos perfectos, llenarnos el día de actividades, ser trabajadoras y proveedoras, y todo con una sonrisa. Es complicada hacer la “función materna”, al padre lo hemos dejado de lado, lo vemos solo como complementario de manera secundaria y a veces hasta lo eliminamos de la familia. Interesantes dinámicas de desintegración y de alienación.
Si, existe la madre narcisista que usa a sus hijos para llenarla del amor que ella no recibió. Pero también existe una sociedad que impulsa a vivir de una forma quizá no tan apropiado. Una sociedad individualista y egocéntrica forma personas con características similares.
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Otto Kernberg plantea la hipótesis que el narcisismo patológico es una reacción a sentimientos de frustración y de odio y que es una defensa para eliminar los conflictos dolorosos que los han producido. Este mecanismo de defensa es creado para la supervivencia. Generamos mecanismos que nos ayudan a sobrevivir etapas muy dolorosas y eventos traumáticos. Cada individuo intenta adaptarse a las circunstancias que le toca a vivir, con las herramientas que tiene a su alcance. Y en todos los casos es diferente, porque la historia de cada uno es especial y diferente al otro. Somos individuos viviendo en comunidad con historias comunes pero muy individuales.
Si hoy hablamos de madres narcisistas, hablamos de personas heridas, con un dolor profundo, que han tratado de sobrevivir circunstancias adversas y difíciles. Las herencias de tales actos son visibles en la convivencia familiar y en el individuo. Existe la posibilidad de preguntarnos si queremos revivir, repetir o cambiar nuestra forma de sentir, pensar y vivir.
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