Parece que el tema ha perdido atención, pero las aplicaciones tecnológicas impulsadas por la llamada inteligencia artificial se están adaptando a un mundo en el que no todas las herramientas se usan correctamente, ni para lo que fueron diseñadas en un principio.
Circula por la red, como muchas otras cosas, un testimonio de científicos desarrolladores de IA que manifiestan su espanto ante el uso de aplicaciones de sonido para ya no simular la voz de una persona, sino copiarla exactamente y emplearla para extorsionar a sus allegados. Para aderezar más la exposición, hacen dos ejercicios con una muestra corta de una pieza musical que completa el programa sin ningún esfuerzo y la imagen de una persona totalmente distinta a su versión original, gracias a un filtro que sustituye al mejor maquillaje que se haya fabricado.
Llama la atención, y también la de los expositores, que los principales usuarios e innovadores de herramientas de inteligencia artificial estén vinculados o formen parte de bandas criminales que están trasladando sus modus operandi, esos mismos sobre los que estamos alertando todo el tiempo, a esas plataformas en las que podrán simular lo que quieran y, de paso, hace más eficiente y barata su operación.
Imaginemos una llamada entrando al cine de una persona querida que pide auxilio. No es la voz entrenada de un extorsionador, sino la reproducción fiel de ella o él, programada para decir las palabras que los delincuentes deciden, ¿cómo mantener la calma y colgar para verificar que esto es cierto? ¿Y en caso de videollamada, en la que veamos aparecer un rostro extraordinariamente parecido a nuestra persona cercana, cómo distinguir la diferencia?
Muchas veces, cuando tuve la oportunidad de estar al frente de una organización civil dedicada a la prevención de delitos y la atención a víctimas, pedíamos a la ciudadanía que tomara en cuenta varios errores que cometemos en nuestra rutina diaria a la hora de prevenir una mala experiencia. Una pregunta frecuente, sobre todo en escuelas y en auditorios con responsables de crianza, pedíamos que recordaran el vestuario con el que habían salido esta mañana sus menores de edad, adolescentes o jóvenes. Por las prisas, las distancias, las preocupaciones, pocos lo recordaban. Algunos, no lograban identificar el uniforme oficial de la escuela, el tipo de zapatos o el peinado. Sabíamos que no era falta de amor o de dedicación, simplemente nadie piensa cada día que algo malo va a suceder. Sin embargo, la prevención no es vivir esperando una desgracia, sino tomando acciones que aseguren que no pueda ocurrir.
Volvernos buenos observadores es un ejercicio de atención. Y en una época en la que todos se pelean por tenerla, es difícil enfocarnos en lo importante. Pero hoy más que nunca es un comportamiento que debemos desarrollar.
Los buenos sistemas de inteligencia enseñan a sus integrantes a identificar elementos que puedan incorporar a su subconsciente y con ello prender una alarma cuando éstos no coinciden. Un ejemplo es abrir la puerta de la alacena y mirar por veinte segundos lo que hay adentro, después cerrarla y hacer una lista de los objetos que alcanzamos a ver. El ejercicio consiste en reducir el tiempo de observación hasta que solo se necesite un instante y, de todos modos, conseguir enlistar la mayoría de los artículos. No es tan difícil, solo se necesita práctica, porque nuestro cerebro es capaz de almacenar esas imágenes de inmediato, lo que sucede es que pone más atención en aquellas que están relacionadas por otros objetos, situaciones o recuerdos previos. Nadie puede recordarlo todo, todo el tiempo, por eso lo acomodamos para que venga a nuestra memoria cuando lo necesitemos o no coincida con alguna orden mental.
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Nosotros recomendábamos que las personas se fijaran en algún detalle de la vestimenta de sus seres queridos, uno que incluso fuera un regalo de su parte, para que su mente grabara el momento y después almacenara la imagen. Podía ser una pulsera o una chamarra, tal vez un par de aretes, pero eso permitía distinguir a la persona diariamente. Otra práctica común, es prestar atención a los zapatos, un artículo que sobresale si lo miramos bien, aunque por lo general lo ignoramos.
En el caso de una llamada, pedíamos hacer preguntas que las dos personas supieran que no eran ciertas (nombrar a hermanos inexistentes, dar una dirección que no era la correcta, mencionar una comida que detesta la persona, como si fuera su favorita) para poner a prueba a la persona (o la aplicación) que estaba al otro lado de la línea. Si seguía la corriente, entonces era un intento de extorsión.
Entramos a una era de suplantación, en la que podremos diseñar réplicas cada vez más exactas de nosotros en un medio electrónico. No sé si eso es bueno para la sociedad, de lo que sí estoy seguro es que necesitamos entrar a esa misma era con hábitos de prevención distintos, mucho más precisos, para que nadie pueda sorprendernos, no importa que tan parecido es a la realidad.