Desde que hay democracia electoral en México (1994) el partido encargado de abrir o cerrar la puerta a la alternancia en las elecciones presidenciales, es el Pri. Hasta 2018, su poder como partido hegemónico le alcanzó para decidir cuándo sí y cuándo no permitir que el poder ejecutivo federal cambiara de partido. En 1994 México tenía ya cultura e instituciones electorales suficientes, y un líder opositor carismático, como para alumbrar la primera alternancia en la presidencia de la república. Sin embargo, el momento político y económico no le parecieron propicios al régimen, y tampoco a la oposición; a través del Pri se operó el repliegue opositor, otorgándole la PGR al Pan y la ciudad de México al Prd, y la alternancia fue pospuesta.
En 2000 el Pri no replegó a la oposición en modo alguno, y permitió que grupos y referentes se acercaran a Fox, alumbrando la primera alternancia a cambio de mantener para sí el control del presupuesto e impunidad para sus liderazgos. En 2006 México se encaminaba a la segunda alternancia, pero al Pri no le pareció oportuno permitirla: a través de una operación territorial coordinada por Elba Esther Gordillo con los gobernadores priistas, le dio el triunfo a Calderón y lo convirtió en su rehén por seis años.
En 2012 el Pri volvió por sus fueros alumbrando la segunda alternancia, con la clara simpatía tanto del presidente Calderón como del líder opositor López: Peña ganó cómodamente otorgando impunidad para todos. Finalmente, en 2018, el Pri abrió la puerta a la tercera alternancia, permitiendo el trasvase de estructuras y liderazgos hacia Morena, entregándole a López 14 millones de votos a cambio de la más absoluta impunidad.
De cara a la elección presidencial de 2024, el Pri ya no cuenta con los atributos que le permitieron ser el portero de la alternancia en cinco elecciones presidenciales. Sin embargo, con lo poco que le queda (un padrón de 1.5 millones de afiliados, y el control de dos entidades federativas) se las ingenió para convertir el proceso del Frente Amplio por México en un embudo, dentro del cual su peso específico es determinante. El tricolor ya no puede controlar una elección federal, pero sí puede controlar el proceso interno de la oposición y, en una disputa polarizada como lo será la del año próximo, eso equivale a determinar al ganador.
¿Qué hará el Pri ahora? ¿Cómo utilizará la cuña que representa su padrón en el proceso del Frente? La candidatura opositora se decidirá a partir de una fórmula en la que el 50% de la decisión recae en una encuesta, y el otro 50% en la votación del 3 de septiembre. Contrario a lo que se percibe en redes sociales, la diferencia en la intención del voto a ras de calle entre las dos precandidatas del Frente es del 2%, así que el factor determinante será la votación con base en el padrón creado exprofeso. ¿Cómo va a participar el tricolor en ella, y a cambio de qué?
En el proceso del Frente importa más cómo se alumbre la candidatura, que quién la encabece. Si la decisión deriva de un proceso abierto con amplia participación ciudadana, la candidatura será sólida y podrá crecer lo suficiente para ser competitiva. Por el contrario, si la decisión es fruto de acuerdos cupulares y declinaciones, perderá legitimidad y contundencia en los diez largos meses que nos separan de la elección. ¿Cuál de esos escenarios condicionará el Pri? ¿Permitirá una cuarta alternancia? ¿A cambio de qué?
CAMPANILLEO
Una victoria sin adversarios es como bailar con un maniquí: no emociona.