Estar pendiente de los demás

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Foto: (Especial) (MARTHA GUTIERREZ)

Inicia con cambios de comportamiento que, erróneamente, se atribuyen al paso hacia la adolescencia o a la juventud. Muchas veces, la falta de atención se justifica acudiendo a la diferencia generacional y hasta a la influencia de las hormonas. En otras, se culpa a los videojuegos y al internet. Pueden ser todos juntos y ninguno. La realidad es que un suicidio lleva tiempo de preparación y da señales de alerta que, por falta de información, tristemente ignoramos.

La edad, la condición social, la manera en que crecemos, no influye radicalmente en la predisposición para intentar quitarnos la vida. Es un padecimiento que tiene origen y causas, incluso momentos en los que podemos ser más propensos a un pensamiento suicida, pero no se puede generalizar. Una constante es el aislamiento, sin embargo, la imagen previa de una persona que sopesa la posibilidad de hacerlo es una que, para el resto de nosotros, es de normalidad; por eso la importancia de identificar antes esas alertas que podríamos estar pasando por alto. Afecta a jóvenes y adolescentes, lo mismo que adultos y adultos mayores, no hay excepciones, lo que hay son condiciones que nos colocan en esa difícil situación.

En dos periodos profesionales he tenido la oportunidad de aprender y de ayudar a personas que están en esta situación. Primero, cuando estaba al frente de una organización civil que abrió una eficiente línea telefónica 24/7 para atender casos de intento de suicidio y, luego, a través de otra organización ciudadana dedicada exclusivamente a este tema, que pudo ampliar esa asistencia a redes sociales y a consultas especializadas en línea. Como en otras enfermedades y situaciones de riesgo para una persona, el primer objetivo es prevenir.

Advertir una situación anormal requiere de un sentido de preocupación por otras personas; no es gratuito que en todas las religiones y los movimientos espirituales se inculque la ayuda a los semejantes como una forma segura de ayudarnos a nosotros mismos y de formar una comunidad saludable y en armonía. El principio básico es estar dispuesto a darle la mano a quien lo necesita y ocuparnos del prójimo igual que lo haríamos por nosotros o por algún ser querido.

A lo largo de esa historia de apoyo en contra del suicidio, aprendí que es necesario acudir a un especialista, porque no basta con manifestar buenos deseos o tratar de animar a una persona que siente que se ha quedado sin opciones. Un abrazo y una palabra de aliento hacen maravillas, pero no son suficientes cuando lo que se requiere es una atención profesional.

Recuerdo mucho una ocasión en la que estábamos en un evento público conmemorando otro aniversario por el día internacional contra el suicidio. Un joven tomó la palabra y narró su caso. Había llegado a la Ciudad de México sin conocer a alguien y no contó durante mucho tiempo con buenas condiciones de vida. En cuestión de semanas perdió lo poco que tenía, incluyendo una relación afectiva. Sumido en la desesperación, decidió lanzarse del techo del edificio en el que vivía; antes de subir a la azotea recordó el número de atención telefónica, y a modo de despedida, lo marcó.

Fue una conversación de más de tres horas con una psicóloga que ese día cubría el turno de la noche. Con conocimiento y enorme habilidad, lo convenció de no hacerlo y le pidió que no colgara hasta que llegara una ambulancia y una patrulla de la policía capitalina. Hoy, dijo en el templete en el que estábamos sentados, había recuperado todo lo perdido y agradecía a la profesional a la que solo conocía por voz y a la organización que, además, le había brindado terapia gratuita.

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Otro caso fue más dramático. Una muchacha, que podía ser mi hija o tú hija, había ingerido un frasco de pastillas para dormir. Uno de los rasgos del intento de suicidio es no querer morir, sino detener el dolor en el que uno vive diariamente. Ya con el barbitúrico en el estómago, cambió de opinión y llamó al número de emergencia para pedir auxilio. El psicólogo que respondió la mantuvo consciente durante media hora, hasta que logró articular su dirección, antes de perder el conocimiento. Unos minutos después llegaron los paramédicos con agentes que tumbaron la puerta de su departamento. Si no hubiéramos tenido protocolos y coordinación con las autoridades, habríamos perdido a una chica que hoy lleva una vida feliz.

Cuando percibamos que alguien no está bien, es porque seguramente no lo está. Hablar, hablar y volver a hablar con nuestros seres queridos es la mejor manera de prevenir una situación de riesgo. La salud mental es igual de importante que la física, sin ambas, vamos a ninguna parte y, peor, hacia la pérdida más grande todas: la de una vida plena, en la que cada uno de nosotros vela porque alguien más también se encuentre bien y todos sabemos que no nos estamos solos. Existen varios números oficiales, plataformas y hasta servicios civiles en redes sociales. Tengámoslos a la mano. Así es como una sociedad inteligente puede reducir el suicidio.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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