Daniel creció sabiendo que tenía que vengar la muerte de su papá; toda la vida su familia se lo repitió. Creció enojado y la violencia, poco a poco, se volvió parte de su personalidad.
A los 10 años, lo armaron como parte de las autodefensas de su pueblo y a los 12 años pertenecía ya al Cártel de Jalisco Nueva Generación. El paso fue muy sencillo. Junto con él, casi 30 niños fueron reclutados.
Un par de meses después, cometió su primer homicidio. En el campamento de adiestramiento mató animales, torturó a gente, conoció todo tipo de droga y su inocencia se borró por completo.
Las drogas se volvieron la anestesia perfecta para no sentir. Cinco disparos le dio. En su pensamiento, en su imaginación, el hombre al que mataba, era el que asesinó a su papá.
A partir de ahí comenzó su carrera como sicario. Hoy a sus 19 años, dice no tener idea de cuántas personas mató. “Dejé de contar, aprendí que tenía que dejar de verlos como humanos y eran trabajos. Me acostumbré y luego ya no me costaba trabajo, y si me costaba me drogaba y se me olvidaba”, relata.
El testimonio de Daniel forma parte del libro Un sicario en cada hijo te dio, de mi querida Saskia Niño de Rivera, en él podrán leer relatos y testimonios de niños y niñas en la delincuencia organizada.
Recientemente nos enteramos de terribles y tristes noticias, la desaparición de jóvenes en Zacatecas y Lagos de Moreno, Jalisco, que fueron asesinados por otros jóvenes.
PUBLICIDAD
Hoy nuestros adolescentes y jóvenes se están matando entre sí, porque el crimen organizado los ha reclutado desde niñas y niños, asesinar para ellos es un común denominador como lo narran los testimonios en Un sicario en cada hijo te dio.
Todas y todos ellos son víctimas del crimen organizado, que sabiendo que los menores de edad tienen condenas menos severas los utilizan para llevar a cabo atrocidades, a cambio de unos pesos, de droga o de vivienda.
El crimen organizado los adopta, los entrena, son niñas y niños que fueron levantados y que de adolescentes y jóvenes se convierten en sicarios, que salen a matar a sus pares, otros jóvenes o adolescentes que se niegan unirse a sus filas, que son obligados a trabajar para la delincuencia organizada.
Nuestros jóvenes quieren estudiar, trabajar, viajar por la mundo, tener una automóvil, una casa, jugar un deporte, ayudar a sus padres; ser científicos, escritores, doctores, ingenieros, abogados, empresarios, todo menos criminales o sicarios.
Hoy como nunca debemos estar atentos de nuestros adolescentes y jóvenes, no podemos ser espectadores de una barbarie entre ellos, hacerlo es condenarlos a una vida sin aspiraciones, sin sueños, a morir.