Reitero nuestra solidaridad y apoyo con las hermanas y hermanos del Estado de Guerrero, particularmente de Acapulco, y toda la zona de la Costa Grande, por los estragos provocados por el huracán Otis (uno de los cinco huracanes de categoría 5 provenientes del océano Pacífico) que, desafortunadamente, ha dejado severos daños y pérdidas económicas en dicha región.
Mucho se ha dicho que la tragedia provocada por el huracán Otis pudo ser evitada o, cuando menos, prevenida. Sinceramente, considero que NO, pues se trató de un fenómeno de agudización extrema en gran medida inesperada, pues en menos de 12 horas pasó de ser tormenta tropical a huracán categoría 5, llegando a tener vientos de hasta 270 km/h, además de ser un fenómeno que nos recuerda la fuerza de la naturaleza y sus devastadores efectos, lo que implica que no siempre se puede predecir cuándo, dónde o cómo se va a presentar una catástrofe, aun y cuando sí se puede mitigar los riesgos estando alertas para responder con rapidez, oportunidad y eficiencia ante cualquier contingencia.
Finalmente, es muy importante destacar que las experiencias en materia de desastres naturales tienen que ser fundamentales y marcar precedentes de trascendencia, es decir, que los errores cometidos NO se repitan; de ahí la importancia de que, en lo subsecuente, el estado mexicano, a través del Sistema Nacional de Protección Civil (dependencia que se ha convertido en un valioso mecanismo para poner a salvo miles de vidas), en coordinación con las Entidades Federativas y los Municipios, implemente estrategias de “prevención del riesgo” (protocolos más efectivos de actuación antes, durante y después de la situación de emergencia), que contribuyan a generar mejores condiciones para la seguridad de las y los mexicanos, así como contar con los recursos económicos suficientes para hacer frente a este tipo de circunstancias.