Opinión

Un enorme rompecabezas

ARCHIVO - Una bandera mexicana ondea frente al Palacio Nacional. AP (Marco Ugarte/AP)

No podemos salvar a México. Es demasiado complejo como grupo social, y demasiado abstracto como concepto. Hoy que atestiguamos un ataque a la democracia, y se cierne sobre nosotros un autoritarismo cutre, ¿cómo podría salvar un vecino oaxaqueño a un vecino tamaulipeco? ¿En cuál forma podrían asociarse el sonorense y el campechano, para “salvar al país”? Más allá de la historia que la SEP nos contó en los libros de texto gratuitos, ¿alguien tiene claro por qué habría que salvar a esa noción nebulosa que la palabra “México” representa?

De costa a costa, y de frontera a frontera, este país en que vivimos queretanos, coahuilenses y tantos más, se persiguen cosas diferentes; se aprecian distintas cualidades; las prioridades varían, y también las formas. ¿Cómo ponernos de acuerdo todos en un mismo plan? No me parece posible.

Sin embargo, si no podemos salvar “a México” sí podemos salvar muchas otras cosas, más cercanas y concretas, que son auténticos tesoros. Y no me refiero a la democracia, ni al estado de derecho, o al libre mercado: todo eso son útiles herramientas para ser usadas, no tesoros por salvar. Me refiero a los beneficios cotidianos que disfrutamos y no debemos perder de vista: la banqueta limpia y la calle iluminada; la charla vespertina y la última clase del día; la quincena depositada y la ida al cine; el servicio médico gratuito y su medicina surtida; el “buenos días” sin miedo al desconocido, y la confianza de pedir un “aventón”; la libertad de votar, y la obligación de respetar su resultado.

Todas esas cosas suceden en lo cercano, en lo próximo; todas ellas suceden en las calles de Xalapa, en las plazas de Monterrey y en los jardines de Cuautla; todos esos beneficios los tenemos en el ambiente local, porque es ahí donde vivimos y podemos actuar: usted no vive en México, sino en alguna ciudad muy fácil de ubicar, en la que es más sencillo acordar las prioridades, identificar los procesos, y conocer a los protagonistas de la vida pública. Usted, pues, no vive en la noción abstracta que le narraron bajo el nombre de “México”, sino en una ciudad que nadie ha tenido que explicarle porque usted la recorre todos los días.

Yo vivo en Querétaro y, aunque ignoro dónde vive usted, lector, sé que ambos podemos defender las ciudades en que vivimos, y los beneficios que gozamos a su amparo. Yo no sé cómo hagan en su ciudad para salir a votar, por poner un ejemplo, pero usted sí lo sabe; yo ignoro cuáles temas son prioritarios allá donde usted me lee, pero seguro estoy que usted los conoce bien: cada día le toca lidiar con sus efectos, para bien o para mal; usted y yo no podemos salvar “a México”, pero juro que sí podemos salvar los municipios donde nuestra vida tiene lugar.

Hoy, ante la amenaza política más obscura que jamás hayamos conocido, quizá debamos reconocer que México es demasiado grande como para querer salvarlo con un solo plan; tal vez es momento de descubrir que ese complejo reto puede ser desmontado en 32 retos estatales mucho más manejables, y en cientos de retos municipales, muy cercanos y resolubles.

Y si usted y yo, y suficientes ciudadanos con nosotros, salvamos nuestras muy queridas ciudades, al día siguiente descubriremos que, por el mismo boleto, hemos salvado a la nación. Esa es mi ruta para el próximo año, y yo lo invito a que la haga propia: si actuamos en lo local, enfocados y unidos, ganaremos esta partida y podremos disputar otras más.

CAMPANILLEO

Un rompecabezas se resuelve por segmentos, atendiendo a los detalles.

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