Por DZ
Había un hombre al que duramente llamaban el loco del pueblo, al parecer en cada pueblo siempre hay alguno, esos seres que por alguna razón se les fracturó algo por dentro y así se muestran deambulando por las calles, durmiendo bajo pedazos de cartón, comiendo de los basureros y con andrajos que apenas tapan sus partes íntimas. Sin duda muchos tienen huellas de alcoholismo, drogadicción, historias de abandono y de abuso. Pero todos tienen algo en común; son marginados, se les excluye, se les relega y viven como apestados.
¿Los hay en las ciudades? Por montones, viviendo bajo los puentes, en las glorietas donde hay vegetación, en casas abandonadas, alcantarillas, parques, buscando sustancias con que mitigar el frío, la miseria y el hambre.
El loco de esta historia estaba tratando con premura de atrapar algo. Saltaba, corría, se lanzaba, buscaba, se hacía un ovillo imaginando que estaba agarrandolos.
Un curioso le preguntó qué era lo que estaba haciendo:
- Estoy cazando pispirispis-
“Puede indicarme como es uno para ayudarle? "
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- Y cómo voy a saberlo si aún no consigo atrapar el primero?.
Contaba con menos de seis años cuando con un palito hacía dibujos en la tierra, mientras Martha mi tía me contó este cuento.
Mire sus lindos ojos y le dije: “yo si los he visto, tienen brazos de alitas, picos de pajaritos y dos patitas, son chiquiticos, susurran como el viento y siempre dicen cosas bonitas” !!
Con su linda sonrisa me dijo : “Si, los pueden ver los niños, y pueden verlos los que tienen un corazón agradecido, aquellos que saben que este acto tan grandioso puede abrir la negrura que a veces se apodera del corazón. El agradecimiento nos abre el mapa del mundo y desde ahí podemos entrar en un espacio de reflexión. Impulsa el que podamos estar atentos para sorprendernos y para entrar en sintonía con la existencia. Es ver el mundo con ojos niños, de esos que no están contaminados.”
Entonces no entendía lo que me decía, simplemente crecí sintiéndome afortunada, poderlos ver me ayudaba a atravesar momentos donde el mundo se tornaba gris. Aprendí a invocarlos y contemplar sus lindas alas cuando visitaban el mundo. Para quienes nunca los han visto, parecen motitas de polvo brillando al contacto con el sol. Tienen un lenguaje que hace cosquillitas en los oídos y un olor a pera endulzada.
Algunos que no se ciñen a las explicaciones lógicas, los llaman Orbes. Para quienes buscan respuestas más científicas, son elementos reflectantes sobre las superficies, que muestran partículas en suspensión desenfocadas. Lo llaman efecto de backscatter o retrodispersión. Incluso puede ser algo tan sencillo como la suciedad del lente.
Martha y yo compartimos por años el mundo de imaginar los Pispirispis. Imaginamos que eran una raza de seres que venían al mundo cuando las cosas se ponían difíciles, se hacían presentes para recordarnos que somos más que estos seres destructivos que olvidamos permanentemente la belleza que radica en la vida.
Pispirispi es “agradecimiento” en su lengua y este para los seres humanos es la memoria del corazón. Una de las formas universales para unir vínculos, una forma de honra donde se tributa a otro, a otros, a uno mismo y a esa fuerza creadora que algunos llamán Dios.
Nos hemos hecho al mundo de las cosas, utensilios de materia que dejan huella como simples objetos, pero los Pispirispis nos dejan vestigios de pensamientos amorosos, de consciencia, de la más bella fantasía que brota de la necesidad de recordar quienes somos y para qué estamos.
Cuando cada parte nuestra, está unida en este acto maravilloso de agradecer, el alma despierta y entonces el corazón sonríe. Ya no soy niña y a veces en la seriedad en la que me embauco, tiendo a olvidar que alguna vez lo fui.
Son estos seres alados que acompañan la vida de todos y estoy segura que si le preguntan a su Niño interior dirá que es así, porque todos fuimos niños, creímos en la magia y en lo que parece imposible, pero a veces nos perdemos por que estamos muy ocupados haciéndonos al mundo de las cosas, nos llenamos de basura en la mente, perdemos el contacto de nuestra escénica en los miles de problemas que nos inventamos y cada día nos perdemos de lo que en verdad no vale la pena.
Así que gracias al hombre del pueblo que quería atraparlos, así yo puedo recordar cada vez que olvido AGRADECER. Y a ti mi querida bruja ahí donde estés honro tu paso por mi vida.....
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