Por DZ
Nací en una época donde la vorágine de una maquinaria se fue extendiendo como una sombra, pero todavía no tocaba la médula de nuestro ser. Soy hija de la civilización de occidente, donde la navidad marca en el calendario un conteo regresivo que lleva al nacimiento de Jesús. En mi época, cantábamos villancicos, preparábamos las recetas de la abuela, en la mesa no se exhibía un pavo. El gordito Santa Clause fruto del ilustrador Haddon Sundblom lo conocí hasta grande y a mi el niño Jesús me traía los zapatos o el vestido para el año.
El sincretismo que hoy acompaña estas fechas, ha ido moldeando las formas en las que celebramos, donde se recoge un poco de cada cultura romanizada.
Nuestra Navidad no es un período, sino un estado de ánimo, ha dejado de ser una fiesta ritual y simbólica, como lo fue durante muchos siglos y ha traspasado el umbral de lo espiritual, inmersa en un mundo material que devora su esencia. Me da la impresión que no emana la fuerza simbólica que orienta la vida hacia algo superior.
Nuestra forma de vida que se ha extendido con sus formas al resto del planeta, ha ido sumiendo el sentido ritual en un pozo de consumo. Donde habito soy testigo de cómo se ha transformado un tiempo de profunda introspección, descontextualizando su esencia, rodeados de un materialismo que la ha secuestrado, obligándonos a ser sus esclavos. En los operadores en septiembre se manifiesta el aparato mercantilista que hemos creado, y comienzan a aparecer las primeras esferas para el árbol, y algo que tenía un sentido profundo, se esfuma en los meses venideros, donde se apresura la carrera por generar la adicción a comprar.
Según decía Carl Jung la causa de muchas de nuestras neurosis, está asociada precisamente al desconocimiento de la riqueza de nuestro mundo espiritual, donde hemos ido enterrando la esencia de una parte fundamental de nuestro ser. En este último trimestre del año las depresiones aumentan, obligándolos a evadir lo que nos aqueja, generando una pulsión para anestesiar con excesos y medicamentos.
Hemos ido transformando nuestros ritos en escenarios pasivos y vacíos en sus formas. Prácticas superficiales consumistas, secuestrada en una fuerza del mercado global. Luces de las calles que nos hipnotizan obligándonos a ser felices. Una industria que impone como deberíamos estar: alegres, agradecidos, generosos… pero la realidad es que los conflictos internos, de pareja y familiares siguen ahí, las guerras, el hambre.
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Quizá la búsqueda interior, sea una nueva forma de abrazar el caos en el que estamos, rescatando la esencia de quienes realmente somos, limpiando el escenario de aquello que no hemos trabajado, de aquello que nos asfixia y sea un buen tiempo, para ir rescatando la posibilidad de hilvanarnos de nuevo, cuerpo alma, mente. Un año para llegar nuevamente a diciembre, quizá un poco más conscientes, más despiertos y que veamos nuestros rituales, como algo donde el dinero no sea la meta de nuestra existencia, sino aquello que nos guía hacia una esencia más integrada, más humana.
Tal vez sea una oportunidad para acercanos a otros, para ponernos al servicio, para compañar.
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