Hasta hace unos 20 años, el periodismo de espectáculos era de una superficialidad atroz. Además de la censura o las limitaciones que se imponían a los reporteros por parte de sus propios medios, y por las compañías de discos, las empresas de espectáculos y hasta los managers de artistas, los reporteros también se autocensuraban y era rarísimo que alguien cuestionara a los famosos acerca de su vida privada, su sexualidad o sus vicios, por evidentes que fueran.
De hecho, era la vox populi la que se encargaba de divulgar las intimidades de los famosos que los editores no se atrevían a publicar.
Bajo el manto del respeto se evitaban los temas que podrían ser molestos o incómodos para la estrellas y entonces todo se reducía a hablar del trabajo, de los personajes que se interpretaban y algunos aspectos familiares, pero siempre en tono rosa, sin cuestionar el trabajo mismo.Entre los artistas y los reporteros había un trato respetuoso y rara vez se veían confrontaciones entre unos y otros.
Fue hasta la aparición de algunos programas de TV y de radio como Ventaneando, La oreja, Caiga quien caiga y Todo para la mujer, entre muchos otros, que el chisme sobre la intimidad de los famosos se volvió el eje principal del negocio.
En el mercado editorial, esa línea consolidó a revistas como TVNotas y Órale!, que comenzaron a divulgar el lado negro de los famosos y a lucrar con ello.
El trato dejó de ser vertical: los artistas y las empresas ya no podían imponer su agenda. Los reporteros ganaron en libertad, pero no siempre para bien. Se dejó de hacer un periodismo que hablara a profundidad sobre los espectáculos y el quehacer artístico.
Las fotos reveladoras ocuparon los espacios principales y se convirtieron en mercancía de alto valor. Ningún reportero, por bueno que fuera, ganaba más que un paparazzi. Con el auge de las redes sociales, y a raíz del desplome de los medios impresos, muchos reporteros (y muchos improvisados) abrieron canales de difusión sin censura y sin mordaza, y empezaron a sumar seguidores por millares, al punto de hacer de sus canales verdaderos negocios. Hoy, algunos de esos personajes tienen más seguidores que algunos diarios de circulación nacional.
Pero eso no necesariamente ha sido bueno, porque al no haber un filtro editorial, se suben a las redes sociales contenidos llenos de vulgaridad y de baja calidad periodística, donde el rumor tiene tanto valor como la verdad.Y los famosos han terminado plegándose a ese mercado, con tal de tener difusión y que se hable de ellos.
¿Quién ganó y quién perdió en este trance? Ganó el que está cobrando mucho dinero, haciendo un periodismo de bajo presupuesto y baja calidad, pero con audacia o alevosía; y perdieron los famosos y el público. Los primeros porque a nadie le interesa su carrera profesional, sino sus escándalos; y el público, porque tiene el periodismo que se merece, por inculto y por chismoso.