En esta ocasión voy a recoger la frase del Presidente de la República cuando dice “prohibido prohibir”. Y es que este es un tema de los que se menosprecian y se ha evitado llegar a una estrategia educativa y cultural que rinda frutos a largo plazo, ya que a través de ello se pueden transformar las sociedades de raíz, de tal manera que no sea necesario establecer leyes restrictivas porque es un hecho que la proliferación normativa genera una sobrerregulación de temas que por sí mismos podrían transformarse desde el comportamiento.
Hemos conseguido en los últimos años que la noción ambientalista permee en todos los sectores de la sociedad, de tal forma que hoy los resultados se notan cuando cientos o miles de colectivos con millones de activistas tienen una agenda clara respecto del trato ético a los animales, entendiendo, desde luego, que en este caso hay argumentos a favor y en contra tan elaborados como razonables pero que en el México moderno ya no caben como antes con esa aprobación generalizada.
Los argumentos en contra de las corridas de toros se contraponen a aquellas que ven a esos eventos como una fiesta y un tipo de arte que se ha arraigado en nuestro país desde España como muchas otras tradiciones, al grado que los carteles de los eventos son de los más atractivos particularmente en la Ciudad de México, además de la manifestación de que el cuidado y cría de ese tipo de toros es de primer nivel durante toda la vida del animal.
Por otro lado, tiene toda la lógica la concepción de que se trata de una tortura ritualizada en contra de un animal inocente que actúa puramente como instinto ante el castigo infligido y que no tiene otra intención que la de castigar a un ser que ni la debe ni la teme. Con la violencia que vivimos en el mundo entero, este tipo de actos son inconcebibles si buscamos ser una sociedad más empática con nuestro medio ambiente, particularmente con nuestra flora y fauna que hemos ido extinguiendo por conductas injustificables.
Una ley estará de más cuando nuestro sistema social sea tan sólido que cambie conciencias y que evite que se goce con el sufrimiento ajeno, máxima cuando no es para cubrir una primera necesidad. Por ello, debemos tender más que a la prohibición al despertar de la empatía con educación y cultura y ello generará que, como cualquier cosa en el mercado, deje de tener demanda y, por lo tanto se acabe la oferta.