El último artefacto de la tecnología promete experiencias futuristas; a pesar de que, en los hechos, lo que hemos visto es un conjunto de personas que deambulan por las calles, navegando en internet gracias a visores que se asemejan más a una enorme distracción que a un dispositivo que nos permitirá dar un salto hacia delante.
No es la primera ocasión en que se anuncia un aparato de este tipo. Recordemos esos lentes que prometían, más o menos, lo mismo y que terminaron por aburrir al consumidor más fiel de tecnología por su falta de practicidad. Si ya es un riesgo, por ejemplo, conducir y responder mensajes de texto (lo que debemos evitar a toda costa), hacerlo con un visor anticipa problemas mayores. No quiero ni pensar lo que es utilizarlo bajo el influjo del alcohol u otras sustancias no permitidas.
En una era de distracciones y de pelea por la atención de las personas, los visores eran una consecuencia predecible; pero esa no es la sociedad que, creo, estamos buscando construir. La tecnología ayuda mucho a progresar; solo que, si se emplea con propósitos que nada más se concentran en el consumo o en el ocio, perdemos una oportunidad valiosa de usarla para mejorar nuestras condiciones de vida.
Ningún avance que apoye a la ciencia sobra; nuestra historia está llena de ejemplos de logros que han tenido que vencer obstáculos surgidos de falta de visión, hasta que las circunstancias, la fortuna y personas con mente abierta las impulsan. Los visores pueden ser uno de estos, aunque debemos tener cuidado de que no resulten un espejismo, o peor, una visión.
Llevamos prisa para dar el siguiente salto hacia la modernidad y nuestra curiosidad natural siempre está hambrienta de descubrimientos y de explorar nuevas fronteras. Es irónico que busquemos -y encontremos- agua en otros planetas, cuando nos hace falta en el que vivimos y no logramos construir una cultura eficaz para protegerla. Probablemente es porque estamos más acostumbrados en poner la vista en el cielo, que los pies en la tierra.
Sin embargo, espero poder equivocar y que estos esfuerzos por hacer vehículos autónomos, conectarnos a internet en cualquier momento, incorporar mejoras a nuestro cuerpo por medio de la biotecnología, sirvan para que seamos la mejor sociedad posible y no solo un conjunto de personas aisladas por aparatos que nos mantienen en un universo dedicado a matar el tiempo, un recurso igual de preciado y escaso que cualquier otro en el planeta.
La mayoría de las adaptaciones que nos han permitido construir la civilización actual han tenido objetivos más o menos claros: revolucionar la economía, ampliar el territorio, obtener con mayor facilidad recursos naturales, aumentar el intercambio de información y conocimiento, entre otros. Cada época ha tenido su industria del entretenimiento para acompañar estos cambios y la presente no es una excepción, pero no creo que hayamos visto una en la que haya sido tan rentable ocuparse tanto de la atención de las personas y tratar de enfocarlas en un mundo que, si bien tiene posibilidades infinitas, también nos aparta de los problemas reales que vivimos como sociedad.
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Es poco probable que la “guerra de las pantallas” vaya a detenerse pronto, el problema no es que cambie de lugar, sino su duración a lo largo del día. Un video reciente, no sé si actuado, expone a dos personas comiendo hamburguesas torpemente mientras abren y cierran ventanas virtuales gracias a sus visores de última generación. Otras imágenes muestran a peatones caminando sin dirección a la par de que miran la pantalla y unas más a personas teniendo todo tipo de accidentes viales.
Es una realidad que nuestra vida se partió entre lo virtual y lo real. Sin embargo, la decisión de cuándo y cómo estar en cada mitad debe seguir siendo nuestra. La distracción es adictiva, aunque no se considerada una droga, porque parte del mismo principio: desviarnos de una realidad que no nos gusta o no comprendemos. Vivir conlleva tomar decisiones y hacerlo provoca consecuencias y por eso deben llevarse a cabo con responsabilidad y buen juicio. Lo más sencillo es colocarse un visor y abstraerse de un mundo complejo e inestable.
Solo que aislarnos no es la respuesta. Paralelamente los acontecimientos del planeta nos obligan a involucrarnos como nunca y volvernos ciudadanos activos y participantes. Estamos en un punto de quiebre para ir a la siguiente etapa de desarrollo de la humanidad o caer en un periodo oscuro parecido a la Edad Media, con todo y cables.
La tecnología por sí sola no significa progreso, los avances sociales que logramos con ella es lo que hace que tenga ese impacto. Igual que con los videojuegos, las últimas innovaciones podrían quedarse cortas si su meta es alejarnos de lo importante, para enfocarnos en lo agradable o en lo trivial.