Pensar en utilizar el automóvil es impensable para millones de personas que deben trasladarse a una distancia considerable para trabajar, estudiar o llevar a cabo otras actividades. Sin embargo, hay un dato que debería movernos a la reflexión: siete de cada diez coches son conducidos por una sola persona en la Zona Metropolitana del Valle de México.
Si tomamos como referencia voltear a un lado y a otro cuando manejamos, podríamos confirmar que esa estadística tiene fundamento. Las razones son múltiples, pero ninguna lo suficientemente poderosa como para no actuar como sociedad y establecer una cultura para compartir el auto.
Este es el segundo día de contingencia ambiental y desde que inició esta racha de calor (a pesar de que estamos todavía en invierno) la calidad del aire ha sido mala, tanto, que deben tomarse las medidas que todos conocemos.
Podemos seguir argumentando sobre los motivos que nos impiden bajar del automóvil para atenuar esta mezcla de calor y humo que se ha vuelto parte del precio de vivir en las entidades que forman parte de la zona metropolitana, pero está llegando el momento de hacer lo necesario para que el aire que respiramos mejore.
Tan relevante como el agua, el aire es indispensable para vivir. Algunos podrán pensar que basta con mudarse a donde hay líquido o el aire es puro para solucionar ambos problemas, pero no es tan sencillo. Primero, porque el cambio de residencia masivo solo provocaría en otro lado lo mismo que estamos sufriendo ahora y, segundo, como sociedad podríamos lograrlo aquí mismo.
Quien se ha quedado sin coche, por la razón que sea, ha tenido que buscar alternativas. Muchas involucran al transporte público, que no es tan malo como se piensa, pero que debe ampliarse en rutas, convoyes, opciones y alternativas, para atender la demanda que hoy existe y que seguiremos teniendo en el futuro.
Nosotros, mientras tanto, podríamos tomar cartas en el asunto y organizarnos para llevar y traer a vecinos y amigos que van por nuestro mismo rumbo. Sé que los ejercicios que se han hecho no han funcionado e incluso en el “boom” de las aplicaciones de transporte, una de éstas trató concentrarse en fomentar la ocupación de los lugares ociosos en los automóviles a cambio de una módica tarifa.
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Nuestro apego a los autos no solo es por la vanidad o el estatus de estar detrás de un volante, para miles es la única forma de presentarse a tiempo a su empleo, de llegar a clase de las siete de la mañana o de abrir su negocio. Pero a largo plazo estas rutinas pasarán una factura enorme en la salud de millones de personas, a la que deberemos sumar el deterioro que ya nos causa un aire contaminado permanentemente, porque las contingencias solo detienen la circulación porque se rebasan los niveles permitidos, no porque en otros días el aire no contenga sustancias dañinas. Entonces, por salud física -y también mental- hagamos el esfuerzo y pongamos a disposición de otros los sitios que nos saben en nuestros coches.
Otra solución que podemos aplicar ahora mismo es sustituir el automóvil por otra forma de transporte individual. Las motocicletas se aproximan a competir con los coches, pero eso no quiere decir que estaremos alcanzando una solución. Es una parte de ella, sí, pero la bicicleta, en sus diferentes modalidades, y otros vehículos parecidos podrían ayudarnos muchos.
Solo recordemos lo que sucedió con las compañías de bicicletas que compitieron sin una idea clara en contra de Ecobici (un proyecto magnífico desde hace años) y amenazaban con dejarnos “cementerios” de sus unidades en las calles y en los depósitos públicos. También los “patines” rentables que contaban con un plan de negocios atrás, pero no mucho más en términos de movilidad. Es importante tener más biciestaciones y más kilómetros de ciclovía; sin embargo, lo que nos ocupa como ciudadanía es convencernos de una vez y por todas de hacer trayectos cortos en dos ruedas y con el impulso de la fuerza de nuestras piernas.
Hoy, espero, estamos conscientes de lo que podría pasar si no cuidamos el agua. Fueron muchos años, perdón por la ironía, de escribir en el desierto sobre este asunto y, de todos modos, llegar a la encrucijada en la que nos encontramos. Algo idéntico puede suceder con la movilidad y la calidad del aire. Podemos tomar otra dirección y resolverlo. Pero tenemos que cambiar nuestras ideas y nuestra forma de ver el automóvil. Bajarnos de éste es la única forma en que podremos ir de un sitio a otro en menos tiempo y respirar un mejor aire durante todo el año.