Hace veintisiete años, Fred Rogers caminó hacia el centro del escenario en medio de una ovación. No era para menos, el conductor del programa infantil, tal vez, más importante en la historia de la televisión estadounidense, recibía el famoso premio Emmy a su trayectoria. Durante mucho tiempo, Rogers fue el punto de encuentro de millones de niñas y niños que disfrutaron de sus lecturas, conversaciones, personajes y enseñanzas en un vecindario imaginario, donde todos tenían un lugar especial y se hablaba de cualquier tema con una inteligente naturalidad. El programa se llamaba “Un bello día en el vecindario”.
Al recibir la estatuilla (ahora que estuvimos en plena temporada de premios), Fred Rogers pidió a los asistentes a la ceremonia que cerraran los ojos por diez segundos y pensaran en todas las personas que los habían ayudado a ser quienes eran ahora. “Yo tomaré el tiempo”, agregó, mientras las mujeres y hombres presentes traían a sus memorias a esos individuos que fueron clave en sus vidas. Con ese gesto, Rogers explicaba una vez más que el éxito no es mérito de uno solo, sino de la contribución de muchas y de muchos a lo largo de nuestro camino.
Charles Schulz, creador de la tira cómica “Charlie Brown” y de su perro “Snoopy”, solía hacer un ejercicio que era parte de su filosofía de vida. Hacía seis preguntas para que alguien nombrara a las cinco personas más ricas del mundo en ese momento; los últimos cinco ganadores del trofeo al jugador del año en el futbol colegial de los Estados Unidos; las últimas cinco ganadoras del concurso Miss América; los últimos diez premios Nobel o Pulitzer; recordar media docena de los últimos ganadores del Óscar a mejor actriz o actor; y mencionar los últimos diez equipos que ganaron una Serie Mundial del beisbol. Un ejercicio difícil. Schulz lo sabía.
El propósito era demostrar que, aunque sean los mejores en sus diferentes categorías, los ganadores son difíciles de recordar después cierto tiempo. A continuación, hacía otras preguntas: nombrar a cinco de las y los profesores que te ayudaron durante tus años de escuela; nombrar tres amigos que te apoyaron en un momento difícil; recordar cinco personas que te compartieron una enseñanza valiosa; pensar en cinco seres humanos que te hicieron sentir apreciado y especial; y recordar a cinco personas con las que disfrutas convivir. Este cuestionario es más fácil que el anterior. Schulz también lo sabía.
La diferencia, decía el dibujante, es que la fama, los reconocimientos y los premios, no duran tanto, a pesar de la enorme importancia que les damos. Sea nuestro equipo favorito o la persona a la que admiramos en algún campo de la ciencia o del arte, siempre miramos hacia el futuro y dejamos a los galardonados en manos de los registros de la historia. A veces, es la primera ocasión que sabemos de ellos y sabemos que eran destacadas o destacados en su ámbito, porque así nos los presentan.
Sin embargo, quienes hacen la diferencia en nuestras vidas no son ellos, sino las personas que en algún momento de nuestra existencia se preocuparon por nosotros y nos desearon que fuéramos mejores.
Nuestra sociedad lleva mucho tiempo obsesionada con el éxito, incluso aquél que se obtiene a toda costa. Una de las causas de varios de los problemas que pensamos que no tienen solución, es el convencimiento de que estar por encima de los demás terminará obligando a que nos acepten e incluso a que nos admiren. Desconfiamos del otro, salvo por la certeza de que, si contáramos con los medios adecuados, estaría a nuestros pies, aunque fuera por conveniencia. Eso es falso.
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El premio más grande de esta vida es la vida misma y el segundo son las personas con las que podemos compartirla. No es una afirmación optimista frente al pesimismo en el que luego navegamos en redes sociales o en la mala convivencia que en ocasiones nos procuramos. Tampoco un llamado a la bondad absoluta, porque somos seres con fallas y deficiencias, sino una convocatoria general a poner atención en lo que realmente vale la pena.
Y son esas personas que nos marcaron para bien las que merecen nuestro reconocimiento permanente. Ellas y ellos son los auténticos ganadores. Tener en mente un gran objetivo profesional o personal no debe hacernos olvidar que nadie logra nada realmente importante en soledad. Es un esfuerzo colectivo en el que algunos encabezan, otros impulsan, y muchos más, protegen y cuidan para conseguirlo, por lo que el mérito es, y debe ser, general.
Preferimos a los héroes, a pesar de que la mayoría son pasajeros, por encima de los grupos de heroínas y de héroes cotidianos, muchos perdidos en el anonimato, pero que son fundamentales para crecer como sociedad.
Somos una suma, nunca un número aislado. Y lo que más importa -importamos- son las comunidades que construimos a partir de la empatía, la solidaridad, el cariño y la amistad. Esa es la única manera de volvernos una sociedad que progresa y abandonar esa carrera, a veces sin sentido, de llegar a una cima en la que no existe nadie con quien compartir y mucho menos en quien confiar. Eso no es vivir plenamente.