Opinión

Generaciones

¿Han sentido que las y los jóvenes se encuentran más molestos y desilusionados que de costumbre?

¿Han sentido que las y los jóvenes se encuentran más molestos y desilusionados que de costumbre? No confundamos esta pregunta con la rebeldía natural de quienes comienzan a experimentar su vida en el mundo que los rodea; me refiero a sentimientos de frustración y de desencanto que no son normales en esos años donde lo que sobra es ímpetu y energía.

El fenómeno, presente en la mayoría de los países industrializados y en vías de desarrollo, apela a generaciones que tienen desconfianza de las instituciones que toman las decisiones sobre su destino y también de quienes las encabezan, sean privadas o públicas. Y luego viene esa falta de credibilidad para un sistema económico que les está haciendo casi imposible adquirir una vivienda, pensar en formar una familia y hasta en continuar con estudios de educación superior en universidades y colegios que han disminuido su matrícula e incrementado los precios de sus colegiaturas a tasas nunca vistas.

Si a esta situación le sumamos la urgencia de sistemas de salud pública universales, de salud privada enfocados en ganancias lógicas, y de un Estado de Bienestar que dé esperanza en el futuro inmediato, podemos estar presenciando la evolución de generaciones que están abandonando -y abandonándose- porque no piensan más allá de lo que les ocurre hoy.

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Siempre ha existido esta sabiduría convencional sobre la presunta falta de entendimiento de una generación de mayor edad hacia las más jóvenes. Nunca lo he creído. Tampoco esa idea de que la juventud es una enfermedad que se quita con los años y que, una vez que avanzamos en el camino, vemos las cosas de diferente manera.

Igual que nos sucede como ciudadanía, nuestras coincidencias son más que nuestras diferencias y todas y todos tenemos un lugar en una sociedad inteligente que busca prosperar en todos los sentidos. Simplemente no estamos dedicando el tiempo suficiente a comprender que el mundo que hemos diseñado en este cambio de época está experimentando fenómenos sociales que debemos atender con rapidez y con eficacia.

El primero es la falta de comunicación directa. Hablar con los más jóvenes, puedo asegurarles, es tan desafiante y enriquecedor que hacerlo con personas de nuestra misma generación que no comparten nuestros puntos de vista. Se trata de escuchar y de comprender por qué vemos las cosas de una cierta manera y explicarlas a quienes tienen un enfoque distinto. Es, simplemente, dialogar.

Pero eso es difícil si, de entrada, pensamos que las y los jóvenes actuales son peores que nosotros a su edad. Las generaciones de “cristal” ya han sufrido sus episodios amargos y han salido adelante con determinación. Subestimarlos es hacer a un lado la oportunidad de transmitir nuestra experiencia y de formarlos en valores y principios que son útiles en cualquier momento de la historia. Si queremos entender qué les molesta, preguntemos de manera directa y hagamos lo que nos corresponde para prestar atención. De lo contrario, las respuestas que buscan estarán en un ciberespacio y en unas redes sociales que se han llenado de desinformación, odio y discriminación, gracias a un anonimato en el que se escudan muchos intereses, particulares y de grupo, para confundir y atemorizar.


Existe una tendencia que afirma que esta es la mejor etapa de la humanidad. Muchos datos duros soportan este dicho. Sin embargo, también estamos en un momento en el que el planeta que habitamos podría dar el siguiente salto en su historia y tendrá que ser uno que reduzca la desigualdad, armonice nuestra forma de convivencia y se enfoque en lograr un nuevo “contrato social” que permita a los jóvenes de hoy, ser los adultos que mañana vivan en una sociedad que confía en sí misma, procura el beneficio común y garantiza libertades y derechos de la mayoría. Creo, como antes, que todavía estamos a tiempo.

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