Tratar de aislarnos del ruido es una reacción natural. Estamos equipados con dos preciosos aparatos auditivos que deben cuidarse, porque son uno de nuestros sentidos, esas cualidades que la mayoría de nosotros gozamos para vivir y disfrutar de esta existencia.
Sin embargo, hemos adoptado un mal comportamiento social al mezclar ese aislamiento con otras actividades. En 1922, un visionario técnico de Chicago, George Frost, construyó el primer radio adaptado para un automóvil. Ese mismo año, el prototipo de Frost (con sus dos perillas para sintonizar) fue incorporado en el famoso Modelo “T” de Henry Ford. Conducir y escuchar música o la voz de otros seres humanos ha sido un adelanto tecnológico tan antiguo como el nacimiento del primer coche. Igual que las distracciones que esta combinación produce.
Me referiré poco a los diversos gustos musicales que podemos experimentar en unidades del transporte público o por medio de los equipos de sonido de algunos otros automóviles y que parecieran simular conciertos ambulantes en el tráfico, para concentrarme en un problema mayor: los audífonos.
Útiles en largos trayectos, instrumentos de cortesía para no incomodar a otros, aislantes preferidos por generaciones, los audífonos no deberían llevarse cuando uno lleva un volante, sea éste de un camión o el manubrio de una motocicleta.
Para algunos ciclistas, circular en dos ruedas no podría tolerarse si no se acompañara de una lista de nuestra música favorita. Lo entiendo, pero eso hace que olvidemos que una bicicleta es un vehículo y que su conductor debe estar atento y en plenas facultades para ir de un sitio a otro.
Con la popularización de las motonetas y los nuevos modelos eléctricos que están en la frontera entre la velocidad de la primera y la de una bici, muchas y muchos conductores viajan por ciclovías y avenidas completamente absortos gracias a modelos de audífonos cada vez mejor diseñados para “cancelar el ruido”. Nada más que, por mucho que nos desagrade el sonido de un claxon, este aditamento se colocó en vehículos automotores por una razón y esa es la de la prevenir accidentes.
Quienes son conductores diarios de un auto tendrán presente esta imagen: una persona en un monopatín eléctrico en sentido contrario, ataviado de lentes obscuros y audífonos de diadema que recuerdan a la década de los años 80. No es un viajero en el tiempo, sino un nuevo conductor que considera adecuado ponerle un riesgo que nadie necesita durante su trayecto.
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Quienes son ciclistas también tendrán esta imagen en sus primeros recuerdos de cada semana: un automovilista que, a pesar de los avances tecnológicos que hoy se tienen para escuchar música, hablar por teléfono y hasta enviar correos sin despegar las manos del volante, han decidido conducir con audífonos (y abandonar a su suerte las direccionales).
Los peatones no nos escapamos de las imágenes desagradables. Si nadie ha visto a una o uno caminando a la mitad de una avenida sin percatarse de la luz del semáforo, porque está respondiendo una llamada o tarareando uno de sus temas favoritos, lleva ausente del planeta varios años. Por supuesto que quienes caminamos por las calles tenemos derecho de hacerlo por el paso de cebra; sin embargo, tenemos que hacerlo con todos los sentidos enfocados en cruzar cuando nos corresponde.
No sé si somos una especie diseñada para hacer varias cosas al mismo tiempo. Este cambio de época ha convencido a muchas generaciones de que sí lo son. El siempre precario equilibrio de la convivencia social demuestra lo contrario cuando circulamos en cuatro, tres, dos ruedas y un par de pies (la mayoría). Tarde o temprano no asumir que necesitamos de toda la atención para vivir en comunidad ocasiona accidentes, muchos graves. Seamos corresponsables y ocupemos no solo el lugar que nos toca en el espacio público, sino también actuemos correctamente al ir de un sitio hacia otro. Eso es calidad de vida.