Opinión

Un triunfo imposible

El Campanazo de Don Vix

A dos semanas del pasado 2 de junio, y ya con el polvo postelectoral asentado, queda claro que quienes nos oponemos al régimen de López no tuvimos el menor chance de derrotarlo, en momento alguno, de la forma que fuere.

Los números que arrojó la elección (ya descartados los pataleos irresponsables de quienes alegaron un fraude superior a los 20 millones de votos) no sólo confirmaron la mediocridad de la campaña opositora nacional y de su candidata, un perfil muy menor al que el momento exigía: también evidenciaron que el voto por el régimen no fue por el perfil de la sucesora ni por un programa de gobierno, ambos lamentables, sino por una absoluta indiferencia con el desastre actual, sumado a una clara comodidad con las transferencias directas.

La mayoría de los mexicanos, pues, están conformes con la situación del país, e incluso cómodos con su propia circunstancia; no hubo, ni hay, y al parecer no habrá en mucho tiempo, incentivos para castigar a este régimen. La inseguridad, la demolición del sistema público de salud, el grave deterioro del sistema educativo, y el derroche irresponsable de los recursos públicos, no alcanzaron a conmover a millones de mexicanos para votar contra el régimen: 40 millones se quedaron en casa en la jornada electoral, y 36 millones votaron por el régimen. Son números, y son irrefutables.

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Convendría preguntarnos la razón detrás de esa mezcla de indiferencia y aval, que dieron un abrumador refrendo electoral a este régimen fallido. La lógica señala que la razón debió variar de una región a otra, y de un estrato social a otro: quizá la clase baja ya vivía una situación tan mala antes de este sexenio, que el desastre actual no le representó una diferencia relevante; quizá la clase media no encontró en la boleta una opción suficientemente contrastante con el régimen; quizá la clase alta tiene suficientes salvaguardas como para transitar por el lodazal de este gobierno federal, y no le pareció necesario votar en contra de él.

Tal vez en amplias regiones del norte del país, donde se censura al régimen con claridad, la opción opositora nacional resultó tan parecida al régimen que no se le quiso validar; quizá en la mayor parte del sur, puestos a elegir entre dos populismos prefirieron a la “marca” líder, negándole el beneficio de la duda a la “marca” pretendidamente nueva.

En todo caso, el resultado es claro: en México no hay una mayoría realmente opositora al populismo. La hay, sin duda, en algunos estados y regiones: Aguascalientes, Querétaro, Guanajuato y el norte de Jalisco, el siempre combativo Bajío; y la hay, también, en la mayoría de las capitales de los estados y sus zonas metropolitanas, y otros centros urbanos relevantes. Pero sólo ahí.

Y será ahí, en el ambiente local, donde los opositores al populismo (se vista de guayabera o de huipil) habremos de reconocernos, agruparnos, y coordinarnos con los membretes opositores para armar la defensa de esa otra forma de vivir en sociedad, que cuenta con menos muletas pero con más libertad.


Para quienes realizaremos ese trabajo, tengo dos noticias, una buena y una mala; la buena es que ya no hay urgencia, y podemos aspirar a “construir Finlandia”; la mala es que ya no hay prisa por evitar un desastre mayor, pues éste ya ocurrió.

CAMPANILLEO

Del lado del régimen no podía saberse el resultado; del lado opositor sí podía saberse, pero la mayoría eligió dar un cheque en blanco. Ni modo: queda vigilarlos.

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