La imagen es de una inundación en el paraíso. Nada que Cancún no haya pasado en otras temporadas de ciclones tropicales; sin embargo, aparece un detalle preocupante que se repite en cada ciudad que sufre por lluvias torrenciales: basura flotando por todas partes.
Uno de los problemas con el drenaje en el país es, precisamente, que el alcantarillado está tapado por basura “incidental” que tiramos a nuestro paso y que, dependiendo el municipio, incluye botellas de plástico, papel, desechos orgánicos, y bolsas de plástico, llenas o vacías, entre muchos otros objetos.
No hay sistema de limpieza, ni cuadrillas de personas suficientes, para barrer todo el tiempo y a toda hora. Aunque varias capitales de la República cuentan con un benévolo ejército de retiro de desechos, la colaboración de los ciudadanos es indispensable.
Evitar preocuparnos por el drenaje -así como se lee- es condenar a nuestras ciudades a un congestionamiento similar al que podemos provocarnos en las arterias si se nos acumula el colesterol. Y, siguiendo con esta analogía, basta con observar los derechos de grasa y aceites que terminan en las coladeras en puntos específicos donde se concentran puestos semifijos de comida.
Mantener limpias las alcantarillas es una tarea cívica que ayuda a mitigar el impacto de los fenómenos naturales que hoy nos benefician con agua de lluvia. Nuestra memoria de corto plazo debe tener, aún, consciencia de las semanas que padecimos de altas temperaturas y, la de largo plazo, seguramente tiene muy presente que atravesamos por una sequía prolongada.
Solo que, como todo en la vida, cualquier extremo es malo. Y tan perjudicial es la ausencia de agua, como un exceso de ésta, si no la aprovechamos bien. La presente temporada de ciclones se espera intensa, de acuerdo con los especialistas, lo que también es una oportunidad para que varias entidades del país recuperen el nivel de sus presas, el campo restablezca sus reservas de líquido y, en general, se recarguen los mantos freáticos.
Debería ser un motivo de cuidado el que las lluvias lleven casi mes y medio de retraso, a la par de que la ola de calor, que apunta a ser la mayor en la historia reciente, se mueva hacia Estados Unidos y esté asolando a Europa en un verano que podría ser poco disfrutable.
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Nuestra posición geográfica nos coloca en un lugar en el que los temporales traen la bendición del agua, pero estos fenómenos de la naturaleza también se están haciendo más fuertes cada año, debido al calentamiento global. Donde puede correrse el riesgo de un desastre, bien podemos prevenir y, como una sola sociedad, convertir alguno de sus aspectos en oportunidades para reestablecer el equilibrio natural que hemos alterado.
Pero todo este cambio, para bien, comienza con evitar tirar cualquier desperdicio en la vía pública. Usamos demasiado plástico y los procesos de reciclaje no van a la misma velocidad. Regresar a los envases de vidrio es una opción que cobra fuerza en ciertos círculos industriales; no obstante, es tarea de los científicos ambientalistas comunicarnos si esta es una alternativa correcta.
En los últimos años, aunque no han desaparecido por completo, la ausencia de bolsas de plástico en los supermercados, por ejemplo, no ha provocado ninguna protesta de consumidores, ni tampoco alguna campaña orgánica que las extrañe. Nos hemos adaptado a la norma y hemos tomado previsiones para llevar nuestras propias bolsas o emplear algunas de papel que surten ciertos establecimientos.
Lo importante, aunque suene extraño, es proteger entre todos el drenaje de nuestras ciudades para que podamos construir un ciclo nuevo, frente a la modificación climática del que conocíamos. Hoy estamos obligados a cuidar el agua al máximo en tiempo de secas y cosecharla durante la época de lluvias, evitando que su falta o su abundancia provoquen tragedias.