Una motociclista espera el cambio de luz del semáforo. Es un día tranquilo y soleado. No parece haber tráfico. Sin embargo, de pronto, en una pantalla adaptada al poste aparece la imagen de la conductora, al tiempo que una voz digital le advierte que no llegará la luz verde hasta que se coloque el casco.
Pasan varios segundos hasta que la muchacha se da cuenta que la cámara se está dirigiendo a ella y unos más hasta que toma consciencia de que, para continuar, necesita hacer lo correcto.
La facilidad para adquirir una motocicleta en cualquier sitio del país, por costo y practicidad, ha transformado la composición del parque vehicular de nuestras ciudades y municipios, obligándonos a encontrar nuevas medidas para brindar seguridad a la ciudadanía. La que viaja en dos o cuatro ruedas y la que va a pie.
En muchas comunidades, la autoridad local lleva tiempo sufriendo por lograr que la multitud de motociclistas, en sus diferentes cilindrajes, viajen con las medidas mínimas de protección y actúen de acuerdo con el reglamento de tránsito.
Las y los más jóvenes son los que se colocan en situaciones de mayor peligro. También las familias que usan las motonetas y hasta las bicicletas eléctricas para trasladarse en parejas y en tríos por avenidas y calles. De que traigan casco, guantes o equipo de protección, mejor ni hablamos. Son cientos de menores de edad que van entre adultos o son pasajeros de retaguardia a quienes, además, se les encarga proteger paquetes y bolsas.
Los accidentes y las tragedias se suceden día con día, mientras la población interpreta los controles de la policía como un intento de extorsión. Una afirmación falsa, sobre todo cuando los afectados se dan cuenta de su descuido en carne propia.
Si el destino de la movilidad metropolitana será en moto, entonces debemos entrar en una campaña intensiva de educación vial y en la aplicación de herramientas tecnológicas no solo para asegurar el uso del casco, sino para delimitar las áreas para peatones, ciclistas y automovilistas.
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Suena a ciencia ficción, pero los pasos de cebra ya pueden ser interactivos y, en un futuro próximo, cualquier vehículo que invadiera podría apagarse o recibir su multa a través de la computadora de su vehículo.
Pero nada sustituirá el convencimiento del conductor para respetar a los demás. La cultural vial efectiva surge de la gente y de los hábitos correctos que llevamos a cabo. La tormenta de motos que circulan en cada avenida debe ordenarse, su masificación incrementa de manera natural los accidentes graves, que nada tiene que ver con los alcances “lamineros”.
Estamos en el momento ideal de alinear y corregir. Carriles ordenados, conductores responsables y tecnología para educación vial son acciones que ya no pueden postergarse en ciudades, municipios, calles y colonias.
Hay tiempo para hacerlo y también para lograr el consenso social para que esto se vea como una prohibición sin sentido, o peor, una limitación de derechos y libertades.
En muchas ocasiones hemos comprobado que estamos al borde de un colapso del tráfico. Nuestras avenidas están saturadas y las “horas pico” son lapsos de varias horas, ya sea temprano o tarde.
Sin embargo, nunca estuvimos tan cerca de que la tecnología se pudiera llevar a las vialidades. Aprovechemos esta oportunidad y definamos las mejores reglas de tránsito con nuestras autoridades, pero hagamos lo que nos corresponde y cumplamos con la regla de oro de la convivencia social: todos tenemos un espacio y todos tenemos derechos, los mismos que conllevan obligaciones.