Pedimos demasiado de nuestros ídolos. Es más, exigimos que hagan historia, porque nos parece el precio justo de las expectativas que levantan entre nosotros al colocarse en esa irreal posición de héroes. Es posible que eso ocurra debido a que sus hazañas provocan que soñemos y, de alguna manera, tengamos la sensación de que todo puede realizarse.
En una época de sobreexposición pública, la presión puede ser demasiada para quienes ambicionan alcanzar la cima de sus disciplinas y de sus profesiones. ¿Cuántas veces -deberíamos preguntarnos como sociedad- esa necesidad de ganar a toda costa ha quebrado las vidas de esas mismas figuras que estaban destinadas a la grandeza?
Y luego viene la parte económica. Industrias que se han hecho globales a partir de la imagen del éxito de esas mujeres y hombres excepcionales, con billones involucrados en publicidad, mercancía, promoción y comunicación de valores que nos dicen que deben perseguirse a cualquier precio. Después de todo, si no hay sacrificio, no hay resultados ¿cierto?
Sin embargo, algo ha cambiado en las últimas generaciones y ahora parecemos estar más enfocados en lo que significa compartir los grandes momentos y también los logros. Hacer que la victoria sea de nosotros, en lugar de que sea solo mía. Eso es lo que podría haber salvado ahora al deporte organizado, a las industrias que lo acompañan y, probablemente, al sentido de solidaridad que tanto buscamos como sociedad.
Si revisamos bien, los momentos de heroísmo no tuvieron mucho que ver con el metal alrededor del cuello, como con la forma en que se condujeron las y los atletas durante esta edición de los Juegos Olímpicos de París.
Rebeca Andrade es una leyenda de la gimnasia. Su especialidad es en piso y con su rutina se llevó la medalla de oro. No fue la única. La brasileña de 25 años, carismática y con una historia personal de superación, también ganó otras tres medallas, dos de plata y una de bronce, para convertirse en la atleta más condecorada de su nación.
Admito que no la conocía, pero gracias a que otras dos extraordinarias gimnastas, Simone Biles (una de las caras mundiales de los Juegos) y Jordan Chiles, lo hice; ambas decidieron inclinarse en el podio para homenajear a la ganadora en una imagen que quedará para siempre. Al preguntarles por qué lo habían hecho, su respuesta fue por admiración a la carrera de Andrade y porque ella siempre hacía lo mismo en otras competencias.
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Emiliano Hernández, un joven de 26 años, estuvo a cuatro puntos de llevarse la medalla de bronce en pentatlón moderno, un conjunto de extenuantes pruebas consecutivas que son una especie de resumen de las disciplinas olímpicas. En medio de este enorme desafío, impuso un récord para los Juegos y uno mundial, pero no ganó medalla.
Un micrófono y una cámara se le acercaron en cuanto concluyó su recorrido y envuelto en lágrimas lo primero que hizo fue pedir una disculpa a su país, México; a su familia; “y a todos los que me han apoyado”. En la edición de Río en 2016, su hermano Ismael sí ganó la misma presea. Mientras se dirigía a los vestidores, fue y abrazó a Emiliano para consolarlo. Para mí, esa es la muestra de un espíritu ganador.
Un importante grupo de mujeres y hombres mexicanos quedaron igual de cerca del medallero; es decir, entre los diez y quince mejores del orbe. Otros, como el equipo femenil de tiro con arco o el boxeador Marco Verde, obtuvieron preseas, junto con Osmar Olvera que se trajo dos, una de ellas con su compañero Juan Celaya, ambos destacados clavadistas.
Entiendo la relevancia de los resultados y la maximización del presupuesto destinado a los atletas llamados de alto rendimiento; no obstante, el denominador común en estos Juegos -que sin éste hubieran sido tan poco interesantes como las dos ediciones anteriores- fue precisamente que recuperaron el sentido de humildad y de fraternidad entre rivales. Esa es la lección que nos dieron ellas y ellos: que el triunfo no está solamente en el final de la competencia, sino en la forma en que se obtiene y en la clase y la educación con la que se asume la derrota, y la sencillez y la alegría con la que se comparte la victoria. Felicidades a todas y todos nuestros atletas.