Por Luis Wertman Zaslav
Aunque los cerros sean viejos, reverdecen, reza un dicho popular; sin embargo, los árboles, como cualquier otro ser vivo, acusan el paso de los años, enferman y, eventualmente, pueden morir.
Un ejercicio muy útil para serenarnos es abrazar un árbol. Son, con sus variadas especies, seres llenos de bondades y beneficios. Atraen agua, la custodian, bajan la temperatura y transforman el bióxido de carbono en oxígeno. No obstante, necesitan condiciones particulares para desarrollarse y en no pocos momentos pueden sufrir de plagas y enfermedades.
Puede que demos por sentado que las áreas boscosas se cuidan solas y que lo único que nos corresponde es no alterar su ecosistema, pero es más complicado que eso. Los bosques requieren de vigilancia y de protección humana, además de atención científica, porque son una referencia ecológica para la zona en la que se encuentran.
Esta semana apareció un informe oficial internacional que señala que el aumento de la contaminación registrada el año pasado tuvo, en parte, un origen: los históricos incendios en Canadá que llegaron hasta la ciudad de Nueva York. Es suficiente con ir a internet para buscar las fotografías de 2023 de calles y avenidas bajo el cielo anaranjado, como si se tratara de una película de ciencia ficción.
De acuerdo con los científicos autores, la situación de Canadá no fue la única y esas catástrofes en conjunto aumentaron la polución mundial, con el riesgo de que pueda repetirse en esta temporada de olas de calor. Hasta el momento, no estamos en el mismo escenario, aunque cada año existe el pronóstico de que los incendios pueden empeorar.
Es posible que hasta este punto de la colaboración varios lectores se pregunten cuál es la relación que esto tiene con nosotros. Bueno, si usted vive en la zona metropolitana del Valle de México, se habrá dado cuenta de que estamos rodeados de cerros y áreas boscosas. Si reside en Guadalajara o en Monterrey, no tengo mucho que agregar, después de los incendios de los últimos años en el bosque de la Primavera o en los pulmones verdes que circundan a la capital regia.
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Y si pensamos que este artículo llega un poco desfasado porque nuestra preocupación presente es la lluvia y no el fuego, en varias ciudades del país se han multiplicado los accidentes por árboles viejos que han caído en calles y avenidas por el reblandecimiento provocado por los aguaceros.
Muchas de esas metrópolis, en particular la Ciudad de México, podrían iniciar un censo de árboles e identificar las especies que pueden vivir mejor en un centro urbano, igual que la edad de los que han compartido el espacio con nosotros por décadas para saber qué cuidados debemos tomar.
En otras ocasiones he sugerido que nos hagamos cargo de plantar árboles en nuestra ciudades -con la guía de las autoridades correspondientes- para bajar la temperatura en las alcaldías, una urgencia que crece en importancia cada año; pero eso no significa que nos podemos desentender de ellos. Hacernos corresponsables de los árboles que están en nuestra calle es una inversión para el futuro y un deber ciudadano.
He visto recientemente varios ejemplares que han sido, en apariencia, inventariados con números. Espero que se trate de ese censo y, con la ayuda de los expertos, podamos contribuir a la salud de los árboles que están en nuestras calles.
Ocuparnos de los seres vivos no es una extravagancia, ni responde al exceso de tiempo libre; un ejemplo es todo lo que hemos podido avanzar como sociedad para reconocer la importancia de los animales de compañía y los derechos que tienen como parte de nuestras comunidades. Los árboles también forman parte de éstas y nuestro destino como humanos está ligado al suyo.
Con esto no quiero interrumpir a nadie que frecuente los cerros y sienta paz abrazando un oyamel o disfrutando del olor de un pino, solo que este tema tiene una relevancia mayor a la de conectarnos con la naturaleza: se trata de nuestra supervivencia y de la supervivencia de las generaciones que vienen detrás.