Se dice que un pueblo —pero lo mismo sucede con una persona— que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Repetir la historia, sobre todo en las coordenadas más dolorosas y complejas, es decir, en los momentos más obscuros y enigmáticos que producen sufrimiento, a la espera de ser resultas de otras maneras, posibilita la resignificación y reelaboración de la historia, un movimiento de apropiación subjetiva: hacer responsablemente algo nuevo con aquello que nos ha sucedido. Ya que pasado no tiene que ser necesariamente destino.
La memoria es una capacidad mental que nos permite tener un cierto tipo de registro de nuestras experiencias, y, más adelante, poder evocarlas, recordarlas. La palabra “recordar” en su etimología señala “volver a pasar por el corazón”, ya que, para el pueblo romano, el corazón y no el cerebro, era el órgano donde se creía se localizaba la memoria. En nuestros días dicha etimología guarda una resonancia poética, “volver a pasar por el corazón” cada vez que pienso en ti. A pesar de que ciertos recuerdos, al ser evocados, puedan sentirse que transitan por otros circuitos del cuerpo, como la boca del estómago, el hígado, las gónadas, etc.
Perder la memoria, tener olvidos, deterioro cognitivo leve, moderado o severo, son padecimientos que, casi en automático, las personas no desearían nunca sufrir. Por el contrario, les gustaría disponer siempre de una memoria, si no ilimitada al menos conservada. Esto hace que, tanto las dificultades de evocación como los olvidos más marcados, se consideren un déficit importante en la vida de una persona. Nadie pensaría que en ellos existen otras posibilidades: como el poder hacer una edición y síntesis nuevas de la existencia, ya que la memoria no es algo estático sino dinámico.
Así como nunca somos los mismos y en algunos momentos de nuestras vidas aquello que creíamos nuestra identidad más sólida puede verse “amenazada” por cambios sorpresivos, giros no calculados en el discurrir de las experiencias que nos replanteen otros horizontes de vida, la memoria se edita y reedita agrupando y desagrupando múltiples elementos en una discontinuidad y no en una correspondencia lineal. Contexto donde puede surgir el olvido y la memoria, no tanto como uno mejor que otro, sino como experiencias a la espera de ser resignificadas tanto por la persona como por quienes le rodean. Ya que uno de los problemas con la memoria se intensifica aún más cuando a partir de un olvido alguien reacciona interpretando esa experiencia como una dificultad y un déficit que le descompone el programa y la imagen ideal que tenía de sí mismo y las cosas, y no como un evento que interrumpe la continuidad de los sucesos, pero que, al mismo tiempo, abre tiempos nuevos para posibilitar la reorganización a partir de otros elementos y narrativas respecto de la vida, los acontecimientos y sí mismo. ¿Qué sería de nosotros si no perdiéramos la memoria? ¿si no olvidaremos detalles de nuestra vida?
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez