El régimen dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo anunció la semana pasada, la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, un acto que evidencia, una vez más, el cinismo y las alianzas peligrosas que caracterizan esa tiranía. Lejos de ser un gesto de solidaridad con el pueblo palestino, esta decisión responde a una estrategia que oculta intereses oscuros.
Amir Rockman, cónsul israelí en Costa Rica, denunció que la dictadura sandinista mantiene vínculos estrechos con el régimen de los ayatolas en Teherán, facilitando el actuar de grupos radicales en Nicaragua tras la ruptura con Tel Aviv. Este patrón se suma a una larga historia de alianzas del sandinismo con el extremismo y el terrorismo internacional.
Los lazos de Daniel Ortega con el terrorismo no son recientes. Desde sus primeros años, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) estableció vínculos con movimientos radicales en Medio Oriente.
Guerrilleros sandinistas como Patricio Argüello Ryan, Pedro Arauz Palacios y Juan José Quezada, entre muchos otros, recibieron entrenamiento militar en campamentos palestinos en Jordania, dirigidos por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Uno de los episodios más reveladores de esta conexión ocurrió el 6 de septiembre de 1970, cuando Patricio Argüello Ryan murió durante el fallido secuestro del vuelo 219 de la aerolínea israelí El Al, que iba de Ámsterdam a Nueva York.
Esta operación, orquestada junto con terroristas palestinos, dejó al descubierto la colaboración del sandinismo con grupos que promueven el terrorismo como herramienta política.
Durante sus dos dictaduras, Ortega ha consolidado a Nicaragua como un refugio para extremistas y enemigos de Israel. La relación del régimen con el dictador libio Muamar Gadafi es otro eslabón clave en esta red.
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Ortega no solo fue un aliado cercano de Gadafi, sino que otorgó la nacionalidad nicaragüense a miembros de su círculo familiar, como Mohamed Farrara Lashtar, quien hoy representa a Nicaragua en África y Medio Oriente. Estos lazos reflejan una peligrosa afinidad ideológica con actores que promueven el extremismo, el antisemitismo y la desestabilización global.
Las investigaciones realizadas en los años 90 revelaron que la participación del Frente Sandinista en redes terroristas internacionales iba más allá de lo ideológico. Según un informe del Comité de Políticas Republicanas del Congreso de los Estados Unidos, fechado el 22 de julio de 1993, hay pruebas contundentes de que elementos radicales del sandinismo formaban parte de una red global de terrorismo que incluía al separatismo vasco de ETA, la OLP, las Brigadas Rojas italianas y el régimen de Gadafi. Documentos secretos encontrados en Nicaragua detallaban operaciones de secuestros en América Latina y Europa, muchas de las cuales ya se habían ejecutado.
En mayo de 1993, una investigación en el Barrio Santa Rosa de Managua sacó a la luz 310 pasaportes de 21 países, muchos en blanco, así como permisos falsos para portar armas, documentos de identidad y sellos migratorios de diversas naciones. Estos hallazgos confirmaron que la dictadura sandinista facilitaba recursos esenciales a grupos terroristas internacionales, reforzando su papel en una red global de actividades ilícitas.
El involucramiento del sandinismo en estas redes quedó aún más en evidencia tras el atentado contra el World Trade Center en 1993. Durante las investigaciones, el FBI descubrió que varios de los implicados portaban pasaportes nicaragüenses.
En marzo de ese año, las autoridades estadounidenses allanaron la casa de Ibraham Elgabrowny en Brooklyn, Nueva York, donde encontraron siete pasaportes nicaragüenses válidos, cinco certificados de nacimiento y dos licencias de conducir de Nicaragua.
Estos documentos, emitidos durante el régimen sandinista previo a 1990, dejaron al descubierto la colaboración de Ortega y el FSLN con elementos del extremismo islámico y su disposición a usar la infraestructura nicaragüense para facilitar actividades terroristas.
Por esas razones, la ruptura de relaciones con Israel no es un evento aislado. Ortega ha demostrado a lo largo de su trayectoria un profundo antisemitismo, que se traduce en acciones concretas de implicaciones graves para la seguridad de Estados Unidos y sus principales aliados, como es Israel. En los años 80, confiscó propiedades de más de 120 familias judías en Nicaragua y cerró la sinagoga de Managua, forzando al exilio a estas familias.
En ambos períodos de su mandato, ha utilizado el territorio nicaragüense como plataforma para actividades que amenazan la paz y la seguridad internacional, mientras alimenta sus alianzas con regímenes autoritarios como Irán y actores no estatales que promueven el terrorismo.
Resulta inaudito que expresiones muy graves de Ortega para la paz mundial, sigan pasando casi desapercibidas, como fue su discurso del 25 de septiembre de 2007 en la Asamblea General de la ONU de ese año, cuando apoyó abiertamente la tenencia de armas nucleares de parte de Irán, una autocracia que en esa época insinuó su disposición de usar armas de destrucción masiva contra Israel.
Es imperativo que las democracias occidentales no permanezcan indiferentes ante esta amenaza latente. El Frente Sandinista ha demostrado ser más que un régimen autoritario; es un actor activo en una red global de terrorismo que amenaza la estabilidad del mundo. Por ello, es necesario que los países que defienden la democracia y la paz internacional, declaren al Frente Sandinista como lo que realmente es: una organización terrorista.
Este reconocimiento no es solo un acto de justicia histórica, sino una medida urgente para salvaguardar la seguridad global. Permitir que un régimen como el de Ortega siga operando sin consecuencias significativas es un riesgo inaceptable. La comunidad internacional debe actuar con firmeza para frenar la expansión de esta red de terror y garantizar que la dictadura sandinista deje de ser un santuario para el terrorismo y la violencia.
*Presidente de la Red Liberal para América Latina (RELIAL)