“Vine a tus playas tierra: llegué como extranjero. Viví en tu casa como huésped y me voy de ti como amigo”. Rabindranath Tagore
Amanece nublado, la garganta se cierra y hay un poco de ansiedad que se apea en forma de pensamientos catastróficos, si llueve habrá que dejar que la jornada corra bajo la lluvia. Existe ese espacio interno al que corro cuando comienzan a sudarme las manos y me comienzo a sentir molesta. Inhalo y exhalo “El rió se hará cargo, lleva seis años haciéndolo, déjalo en sus manos.”
Son las 7:00 AM el frío arrecia, no hay paso al camellón de Vito Alessio Robles, hay una carrera sobre Avenida Universidad. Inevitable, se genera un nudo en la boca de mi estómago. ¿Qué haremos con todas las mesas, con los talleristas, los bazaristas, la función de teatro guiñol, con el Colilla Challenge, con todos los alumnos de las escuelas, y con todos a los que convocamos? “El río se hará cargo me digo”.
Y sí las patrullas nos dan permiso, y entra el aire frío a mis pulmones, limpiando y quitando el nudo. A las 9:00 en punto arrancamos, dando gracias a todos los que nos hemos dado cita para la jornada que lleva un par de meses organizándose. Pedimos permiso al Río, como siempre lo hacemos, para que lo que hacemos mande un mensaje lejos.
A las autoridades que nos dieron permiso, a los Topos de Tlatelolco que se hicieron cargo de la limpieza del Río, a Isy que ha trabajado incansablemente para hacerlo posible, a Beate y Claudia que organizaron los talleres, a Yanina quien enferma ayudó en cada detalle. Al Círculo Femenino, Olivier, Norma, Enrique, Ana Paula, Eloy, y todos aquellos que no pudieron llegar, pero nos acompañaron con el corazón desde donde estaban, gracias, gracias, siempre.
Me conecto con el corazón al Río Magdalena en Barranquilla Colombia, con la Reserva ecológica del Parque Estadual de Itapuã, Brasil y con Zapopan, Jalisco, donde al mismo tiempo hicieron una jornada con la consigna de “DEJAR UN MEJOR ESPACIO QUE EL QUE ENCONTRAMOS AL LLEGAR”.
Y el río se hizo cargo, como lo hizo la primera vez hace siete años que me enseñó sus malolientes aguas, fruto de nuestra desconexión con el planeta. Fue él quien me ayudó a quitar el cochambre de mi alma dormida, quien me susurró “límpiame”, y me hizo ver su caudal lleno de asquerosos residuos. Entonces, fue cuando pude ver qué, así como está él, estamos todos por dentro, que él es solo una radiografía que se reviste de millones de toneladas anuales de desechos inservibles, producto de nuestra forma de vida.
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Nuestra jornada duró 10 horas, un pequeño baño de reconexión con un planeta que nos pide a gritos que nos demos cuenta. ¿Será que con acciones como esta comencemos a reencontrar nuestro lugar en el ciclo de vida?
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