Opinión

¿Por qué la guerra?

El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

DW

Partamos de una pregunta básica, ¿por qué la guerra? Podríamos decir, de manera general y un tanto vaga, que las guerras obedecen a factores múltiples, que desde que el mundo es mundo los conflictos y las guerras han estado presentes, que estas han hecho avanzar a la historia, que a veces se han realizado para defender o expandir los territorios, hacer negocios, explotar al país conquistado, como cortina de humo de problemas mayores, investigación biomédica, para vender armas, como táctica de agitación y desestabilización de gobiernos y monedas que legitimen una intervención bélica por la “paz” y la “democracia” en aquellas regiones, etc.

Ya desde el siglo XX las guerras han adquirido otras características: guerras a distancia, teledirigidas y teletransmitidas, con nombres de producciones cinematográficas (tormenta del desierto, operación libertad), como medio de legitimación política e ideológica a través de la producción del terror –tanto en el enemigo como en los ciudadanos—como estrategia de control y expresión de la soberanía de raza, ideología y religión, para entonces poder votar de manera rápida, sin tanto debate y reflexión, leyes que ofrezcan paradójicamente mayor seguridad a cambio de la pérdida de garantías individuales como la privacidad, su propuesta es estar seguros a través de estar inseguros, más expuestos. En ese sentido, las guerras y su manejo mediático permiten la explotación del binomio, seguridad/inseguridad, el endeudamiento de los países en beneficio de los partidos políticos y los gobiernos en turno, ante lo cual los ciudadanos tienen la sensación de “dormir tranquilos” al cabo la autoridad se está haciendo cargo.

En la actualidad las guerras son tanto negocio (búsqueda de petróleo y litio) como brazo político ideológico de limpieza que funcionan bajo la premisa de: “quienes no están con nosotros, entonces están contra nosotros”, considerando al otro, el semejante, como el elemento “malo” e “impuro” al que hay que eliminar. Por esa razón, los conflictos bélicos, al tiempo que emplean el nacionalismo y la soberanía como estrategia discursiva, uniendo a la gente en contra de un enemigo común, crean polaridades de “buenos” y “malos”, en detrimento del pensamiento crítico, el respeto a la diversidad y libertad. Continúan funcionando a través de la lógica de la acumulación del poder, la exclusión y el odio. En las guerras Rusia-Ucrania e Israel-Palestina podemos localizar dichos elementos, ante una comunidad internacional que empatiza únicamente con el país que responde a sus intereses, por lo tanto, ninguna parte incluye a la diferencia más cercana que le es traumática, por eso el verdadero dialogo a través del reconocimiento y la articulación de las diferencias no se puede realizar, por considerarse muy utópico, por no decir ingenuo. En ese sentido, como sucede con las cuestiones ecológicas, la paz termina siendo sólo un discurso vacío y de uso corriente, dependiendo de la perspectiva desde la que se contemple.

Es necesario un nuevo paradigma mundial. Un paradigma de reconocimiento y articulación de las diferencias, del colectivo por el colectivo, que destaque lo común compartido, más que la competencia y el asilamiento individualista que, una vez más, separa al yo del otro en buenos y malos, a los que habría que eliminar. Si la singularidad se ejerce en la diferencia (Jorge Forbes) es una diferencia que puede ser trabajada y reconocida en términos de una nueva responsabilidad, responsabilidad de colocarla en el mundo, a través de lo que podría aportar para mejorar la vida pública-individual compartida, más que por su eficacia individualista de explotación, conquista y exaltación donde el otro es únicamente un medio para autentificar el propio vacío existencial del que se pretende huir al hacer la guerra con el otro.

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