Carecen de entrenamiento formal o manuales de operación, pero son las primeras en la línea de auxilio emocional y físico. Cuando una hija o hijo se atraganta, cae, desmaya o es víctima de violencia, quien actúa primero no es el paramédico ni la policía, es la madre.
En México y en el mundo, millones de mujeres lo hacen porque son quienes más cerca están. De acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) del INEGI, en el 86.3 por ciento de los casos, la madre es la cuidadora principal del hogar de las infancias de 0 a 5 años, en el 81.7 con infancias y adolescencias de 6 a 17 años, en el 33.9 con las personas enfermas temporales y 30.6 por ciento con las personas con discapacidad.
En ese contexto es vital socializar herramientas de apoyo para esos momentos difíciles, así como reconocer la diferencia entre una emergencia y una urgencia.
Mientras la primera se refiere a situaciones críticas que ponen en riesgo inmediato la vida o funciones vitales de una persona, como un infarto o paro respiratorio, en la segunda se requiere atención médica rápida, pero no compromete de forma inminente la vida de la persona, como en casos de fractura sin sangrado abundante o dolor abdominal persistente.
Desde el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) de la Ciudad de México operamos dos instrumentos básicos para la atención de emergencias o urgencias: la línea 9-1-1 y Telemedicina.
De acuerdo con nuestros datos, las razones más frecuentes para que las madres pidan ayuda prehospitalaria o policial son las agresiones a otras personas, escándalos en la vía pública, choques y violencia contra la mujer.
En menos de cinco segundos, las madres y cualquier otra persona, encuentran una voz de apoyo dispuesta a canalizar las necesidades al área correspondiente, con rutas de atención específicas para niñas y niños o protocolos en casos de extravío.
Ese conocimiento es una forma de celebrar a las madres, las primeras respondientes.