Opinión

Las webs entran a cuidados paliativos

Google le acaba de dar la extremaunción a la web abierta. Lo hizo sin drama, sin golpes de pecho. Fue en su evento I/O 2025, con una sonrisa de Gemini 2.5

Google le acaba de dar la extremaunción a la web abierta. Lo hizo sin drama, sin golpes de pecho. Fue en su evento I/O 2025, con una sonrisa de Gemini 2.5 en la cara y el bisturí escondido en el código fuente. Lo llaman AI Mode, pero bien podríamos llamarlo modo extinción.

El nuevo buscador de Google ya no quiere enviarte a una página. Quiere darte la respuesta entera, completa, resumida, sin salir de su jardín amurallado. Y no solo eso: quiere que un agente autónomo —como los de Project Mariner o Project Astra— haga cosas por ti sin que tú levantes un dedo. Reservas, compras, correos... la web se convierte en backstage de una obra donde solo la inteligencia artificial tiene luz.

Suena cómodo. Pero también suena a epitafio.

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Porque si las respuestas se quedan en Google, los enlaces mueren. Los clics desaparecen. Y con ellos, miles de medios, blogs, proyectos independientes y voces únicas que sostenían lo que alguna vez fue una internet libre, desordenada, pero abierta.

¿De qué sirve mantener un sitio web si nadie llega? ¿Quién pagará por contenidos si el tráfico ya no existe? Lo que estamos viendo no es una evolución: es una colonización de la experiencia digital por parte de las plataformas que ya dominaban todo lo demás.

Y mientras Gemini te escribe la receta perfecta para una cena romántica, TikTok y los Shorts de YouTube ya te enseñaron cómo prepararla en 15 segundos con música de fondo. El vídeo corto devoró a Facebook, y ahora Google completa la faena cerrando el grifo del tráfico web.

La promesa era acceso universal a la información. La realidad es que el conocimiento se está encapsulando en cápsulas personalizadas de IA, sin enlaces, sin contexto, sin procedencia.


Lo que viene es una internet silenciosa. Sin visitantes. Sin diálogo. Sin camino de vuelta. La web como la conocimos —un territorio de exploración, de vínculos, de curiosidad— está entrando en cuidados paliativos.

Y no es solo un cambio técnico. Es una transformación del poder. En la web vieja, cualquiera con una idea, algo de tiempo y un dominio podía opinar, construir, dejar huella. En la web nueva, todo pasa por un filtro algorítmico. La descentralización cede ante el monopolio cognitivo de las máquinas que escriben, responden y seleccionan por ti.

Lo preocupante no es que una IA pueda darte un resumen. Lo inquietante es que, al confiar ciegamente en ella, renunciemos a explorar, contrastar, equivocarnos. Sin esa fricción, sin ese ejercicio de pensamiento, lo que perdemos no es solo la web: es una parte de nuestra libertad intelectual.

En esa misma línea, Matthew Prince, CEO de Cloudflare, fue contundente: “Internet como lo conocías ya no existe”. En una reciente intervención ante el Consejo de Relaciones Exteriores, advirtió que la inteligencia artificial está erosionando el modelo de negocio que ha sostenido la web durante los últimos quince años. El auge del modelo zero-click, donde el usuario obtiene respuestas sin salir del buscador, ha roto el intercambio de valor entre plataformas y creadores. Prince aseguró que el 75% de las consultas en Google ya no generan tráfico hacia las webs originales.

“Hace una década, por cada dos páginas rastreadas, al menos una recibía visitas. Hoy se necesitan seis para lograr un clic”, explicó. El resultado: creadores invisibles, contenidos derivados y una atribución que desaparece. Prince, cuya compañía da soporte a entre el 20% y 30% de toda la web global, reconoció que ellos también son parte del ecosistema que sostiene esta dinámica. Y mientras reflexionan sobre posibles ajustes, lanzó una advertencia final: “El 99% de la inversión en inteligencia artificial está siendo quemada, pero el 1% restante cambiará el mundo”.

Ese uno por ciento puede ser la herramienta que revolucione nuestra relación con la tecnología. Pero también puede ser la excusa perfecta para apagar la luz del internet abierto. La decisión, aunque parezca invisible, es también nuestra.


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