Aprender a honrarse a uno mismo no se trata de egoísmo, ni de una visión egocéntrica de la vida. Se trata de una verdad esencial que nace del amor propio, de ese respeto profundo por quien uno es y por lo que ha vivido. Nadie más que usted sabe lo que le ha costado estar aquí y ahora.
Tenga presente que en el ejercicio del amor propio están incluidos su paz interior, su equilibrio emocional y su salud física y mental. Cuando aceptamos que somos parte de la Divinidad y que llevamos dentro una luz que merece ser cuidada, comenzamos a mirar el mundo desde otro lugar.
Y desde ahí, aprendemos a preservar nuestro espacio interno, ese lugar íntimo donde florece el amor propio. A veces, eso implica tomar decisiones difíciles como aprender a decir “no” cuando todo el entorno espera que digamos “sí”. Alejarnos de personas que, por mucho que las hayamos querido, ya no vibran en armonía con nuestro ser.
Dejar ir duele. Reconocer que una amistad cambió, que ese amor romántico se volvió tóxico o que incluso un familiar cercano ya no respeta nuestros límites puede doler mucho. Pero ¿acaso no es más doloroso traicionarse a uno mismo por no querer incomodar? ¿No pesa más el abandono interno que la ausencia de quien nunca cuidó nuestro corazón como merecía?
Poner límites no es un acto de rechazo. Es un acto de amor. De amor hacia usted mismo. Porque al decir “hasta aquí”, no está cerrando puertas con resentimiento, está abriendo caminos hacia su paz. Está diciéndose a sí mismo: “me elijo, me cuido, me honro”. Y eso es un acto profundamente espiritual. Ser el guardián de su espacio interior, de su paz y de su luz, es asumir la responsabilidad de su vida con dignidad y con verdad.
Usted no está aquí para sostener relaciones que lo desgastan, ni para perpetuar dinámicas que lo apagan. Está aquí para crecer, para amar y ser amado de manera sana, para compartir desde la abundancia y no desde la carencia.
Y a veces, amar en plenitud significa soltar. Porque cuando se queda por obligación o por miedo a herir, también se hiere a usted. Así que no se sienta culpable por tomar distancia, no sólo de personas sino hasta de creencias e ideologías.
PUBLICIDAD
No se avergüence de cerrar etapas. Hacerlo no lo convierte en una mala persona. Al contrario, es señal de que se ha mirado con compasión, de que ha reconocido su valor y de que ha decidido expandir su conciencia a otros espacios.
Y eso, en un mundo que constantemente nos exige complacer y ceder, es un acto rebelde con causa de amor y conciencia. Usted es la persona más importante de su mundo. No porque los demás no cuenten, sino porque sólo desde su centro podrá amar sanamente, construir con firmeza y ofrecer lo mejor de sí.
La Divinidad en cada uno de nosotros merece respeto, cuidado y presencia. Y cada vez que se elige, honra esa divinidad.
Así que, aunque duela, aunque parezca que se queda solo por un momento, recuerde: está acompañado por la fuerza más poderosa que existe —el amor que ha aprendido a darse. Honrarse no es un lujo. Es una necesidad vital.