Sofía y Yaqeen. Cuatro y once años. Vida y muerte en realidades geográficas separadas por más de 11 mil kilómetros de distancia, aunque enlazadas por la barbarie política.
Una en California y la otra en Gaza. Ambas son víctimas de un mundo donde en nombre del orden o la seguridad nacional se rompen cuerpos pequeños.
Sofía vive en Bakersfield, California. Padece un diagnóstico poco conocido: síndrome de intestino corto, una enfermedad cruel que requiere atención médica constante, especializada y, en Estados Unidos, muy costosa. Llegó con su familia en 2023 procedente de Playa del Carmen, arropada en el parole humanitario, un permiso por razones humanitarias urgentes.
Hace un mes, la administración de Donald Trump les notificó la cancelación del permiso y su deportación inminente. Una condena hacia la muerte para la niña.
La revocación de ese tipo de permisos no es nueva. Durante la primera presidencia de Trump, más de 5 mil 400 niñas y niños fueron separados de sus padres en la frontera, según la American Civil Liberties Union.
En la otra orilla del mundo, otro cuerpo pequeño dejó de existir. Se llamaba Yaqeen Hammad, y era conocida como la influencer y activista más joven de Gaza. Murió víctima de un ataque aéreo de Israel el viernes 23 de mayo. En su cuenta de Instagram, con 115 mil seguidores, compartía consejos de supervivencia en la guerra; los había adquirido en los últimos meses de su vida.
Frente a estos escenarios hay discursos locales que buscan revertir la narrativa. Tanto la Presidenta Claudia Sheinbaum como la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, han insistido en el valor estructural de cuidar a la niñez como punto de partida de toda política pública.
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El siglo XXI se caracteriza también por la capacidad para racionalizar en tecnicismos la muerte de inocentes: “daño colateral”, “medida migratoria”, “proceso administrativo”.
Junto con uno de sus últimos videos, Yaqeen escribió: “¿Hay algo más hermoso que la sonrisa de los niños Gaza?”. Lecciones de vida y muerte.