Opinión

Maltrato animal: una crisis que camina en cuatro patas y nos retrata como sociedad

Maltrato animal una crisis que camina en cuatro patas y nos retrata como sociedad
FOTO: ROGELIO MORALES/CUARTOSCURO.COM

Más de 27 millones de perros y gatos viven en situación de calle en México, y cada año se abandonan cerca de 500 mil animales de compañía. No hay exageración en decir que enfrentamos una crisis de maltrato y abandono que hemos terminado por normalizar.

Según datos de la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT), tan solo en 2024 se registraron 5,209 denuncias por maltrato animal en la Ciudad de México. La demarcación con más casos fue la alcaldía Iztapalapa, con 775 denuncias.

Cada uno de esos hechos representa una historia de crueldad. No son cifras aisladas: son perros amarrados a techos sin sombra, gatos desnutridos, encerrados, sin agua, seres sintientes golpeados, mutilados o simplemente abandonados.

Todo eso ocurre a plena luz del día, en colonias habitadas, bajo la mirada de una sociedad que muchas veces calla o elige no intervenir.

Es verdad que en muchos hogares los animales han dejado de ser “mascotas” para convertirse en parte de la familia. Pero esa transformación convive con otra realidad que duele: la del abandono injustificado.

En demasiadas ocasiones, el afecto se limita a los animales propios, pero no se extiende a los que viven en calle, sin protección ni cuidado.

Durante años, esta situación se ha sostenido por la ausencia de una política pública integral que articule esfuerzos. Pero también —y es justo decirlo— por una participación ciudadana que podría ser mucho más activa.

El maltrato y el abandono no siempre ocurren lejos: muchas veces suceden en la propia calle, justo frente a nosotros. A nadie le cuesta dejar un recipiente con agua, compartir un poco de alimento o hacerse responsable, al menos en parte, de los animales que habitan nuestro entorno urbano, aunque no vivan dentro de casa.

Frente a esa omisión generalizada, existen también personas y organizaciones que actúan todos los días, sin reflectores ni recursos institucionales. Recogen animales, los curan, los alimentan, los esterilizan y les buscan una segunda oportunidad. Lo hacen por convicción, no por obligación.

En días difíciles, como los que se vivieron tras el paso de los huracanes Otis y John en Acapulco, pude ver la dimensión de ese trabajo silencioso. Un grupo de amigos nos organizamos para llevar víveres a las zonas afectadas. No solo para las personas: también para los animales.

Llevamos croquetas, agua, alimento húmedo. Y fue ahí donde conocí a quienes dedican su vida a proteger a seres que no pueden defenderse por sí solos. Un activismo admirable. Lo hacen mediante constancia, compasión y una profunda responsabilidad moral.

Ese activismo existe, pero necesita ser visibilizado, valorado y fortalecido. Respira todos los días y sostiene, silenciosamente, una parte esencial de nuestra sociedad. No deberíamos darle la espalda.

Por eso quiero reconocer el trabajo del Santuario de Acapulco, que recoge animales callejeros en mercados y plazas públicas, los esteriliza y los libera o entrega en adopción.

También la labor del Señor de los Gatos, que desde Tlaxcala mantiene un refugio que ha salvado muchas vidas, a la Fundación Toby en la Ciudad de México y muchas más. Y, sobre todo, a las personas que actúan desde sus hogares, con sus propios medios, sin más impulso que el deseo de aliviar el sufrimiento.

El gobierno tiene una responsabilidad que no puede eludir —y ha hecho más esfuerzos que en cualquier otro momento en materia de bienestar animal—. Pero ninguna autoridad puede hacerlo todo por sí sola.

De ahí la importancia de reconocer a la sociedad civil, a las organizaciones no gubernamentales, e incluso a la academia, como aliadas estratégicas en la protección de los seres sintientes. No se trata de suplir al Estado, sino de construir redes de colaboración.

México ocupa un lugar deshonroso en maltrato y abandono animal. No es una cifra para el archivo ni una realidad que podamos justificar. Frente a esta evidencia, urge pasar del lamento a la acción. Necesitamos políticas públicas con empatía, autoridades comprometidas y una ciudadanía dispuesta a implicarse.

Una ruta posible comienza en las aulas: instituciones como la Secretaría de Educación Pública pueden integrar desde la educación básica contenidos que enseñen a cuidar, respetar y proteger la vida. Otra pasa por reconocer a quienes ya están trabajando en el territorio, y generar mecanismos que fortalezcan sus esfuerzos, les den certidumbre y les permitan seguir salvando vidas.

Y una más apunta a iniciativas de alto impacto, capaces de transformar la narrativa pública: ¿por qué no pensar en una mega jornada de vacunación gratuita en el Zócalo capitalino, o incluso en romper el récord Guinness de animales vacunados en un solo día?

La UNAM no dudaría en sumarse, ni la jefa de gobierno, Clara Brugada a quien reconozco por su labor para la protección animal. Cambiar esta historia no será fácil, pero sí posible. Y empieza por reconocer que una sociedad que maltrata a los animales, también se descompone por dentro.

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