La fuerza de dar luz…ilumina

La fuerza de dar luz…ilumina
La fuerza de dar luz…ilumina Foto: Pixabay

A veces, una palabra amable llega justo cuando alguien más está por rendirse. A veces, una ayuda inesperada cambia el rumbo de un día, de una decisión, o incluso de una vida. Lo que damos, vuelve. No siempre en la forma ni en el momento que imaginamos, pero la vida guarda memoria de cada acto de generosidad sincera.

Vivimos tiempos donde parecer fuerte importa más que ser compasivo. Donde ayudar es visto como debilidad, y donde la bondad parece haberse vuelto sospechosa. Pero no es así. Ayudar no es un lujo, es un acto de liderazgo. Y quien tiene el privilegio de poder hacerlo, tiene también la responsabilidad de ejercerlo.

En el mundo empresarial, he visto cómo una cultura de ayuda y respeto genera equipos más leales, más productivos y más humanos. El empresario que escucha, el jefe que confía, el colega que apoya, construyen empresas más sólidas. Porque los empleados no solo trabajan mejor: también se sienten parte. Y cuando alguien se siente valorado, devuelve con compromiso.

En el sector público, pasa lo mismo. El servidor que ayuda sin pedir aplausos, el funcionario que resuelve, el policía que escucha, marcan una diferencia que va más allá de su cargo.

Porque cuando la ciudadanía recibe un trato digno, también responde con respeto. La confianza institucional se construye con actos, no con discursos.

En lo social y lo familiar, la generosidad tiene aún más impacto. El vecino que te ayuda sin conocerte. La madre que se entrega sin medida. El amigo que te escucha sin juzgar. Todos ellos iluminan nuestra vida sin esperar recompensa. Y nos enseñan algo poderoso: que cuando das sin calcular, recibes sin buscar.

Incluso en temas de seguridad, he aprendido que lo que se da, regresa. La comunidad que cuida a sus vecinos, que denuncia, que se involucra, recibe protección. El joven al que alguien le tendió la mano antes de caer en el crimen, rara vez olvida ese gesto. Muchas veces, la diferencia entre un camino y otro fue una oportunidad… o una persona que creyó en él.

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Un empresario me compartió una vez cómo una decisión que tomó hace años —apoyar a un colaborador en un momento difícil, sin publicidad ni interés— le regresó en forma de una lealtad inquebrantable. Esa Persona se convirtió en uno de los pilares de su organización.

En el gobierno, también lo he vivido. Un trámite resuelto con empatía, una respuesta rápida a una petición legítima, puede parecer pequeño, pero cambia la percepción ciudadana.

Recuerdo a una servidora pública que, en medio de una crisis, se quedó fuera de horario para ayudar a familias afectadas. Ningún titular lo registró, pero cada una de esas personas la recuerda.

En la vida diaria ocurre lo mismo. Hay abuelas que crían con paciencia, tíos que dan consejos que años después entendemos, maestros que nos enseñaron más con su ejemplo que con sus libros. Hay gestos tan sencillos como detenerte a escuchar a alguien que necesita hablar, y tan grandes como compartir lo poco que tienes.

Lo que das —sea tiempo, respeto, ayuda o atención— construye el tipo de sociedad en la que todos queremos vivir. Nadie pierde por dar. Nadie se empobrece por compartir. Al contrario, te enriqueces en humanidad.

Así que mañana, cuando la rutina te atrape, cuando el mundo parezca demasiado rápido o indiferente, haz una pausa. Pregúntate: ¿a quién puedo iluminar hoy, aunque sea un poco?

Hazlo. Porque esa luz volverá. Y cuando lo haga, te encontrarás con lo mejor de ti. JUNTOS Y UNIDOS SIEMPRE!

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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