Opinión

Permítase fallar: ahí también vive Dios

Permítase fallar ahí también vive Dios
Foto: Pixabay

¿Quién le dijo a usted que tenía que ser perfecto? ¿En qué momento se le metió esa idea en la cabeza? La mayoría de nosotros fuimos educados en una cultura donde equivocarse era motivo de vergüenza, donde hacer el ridículo era casi una sentencia de muerte social, y donde mostrarse vulnerable era igual a ser débil.

Pero ¿sabe? Todo eso no es la verdad en usted. Son condicionamientos aprendidos y cadenas heredadas. Vienen de generaciones que también tenían miedo. Que también querían encajar, sobrevivir, protegerse.

Y con las mejores intenciones nos pasaron esas ideas, pero no por eso son ciertas. Vivimos atados a un ideal de perfección que no existe. Una especie de imagen congelada de lo que deberíamos ser.

Y ese “debería” es como una piedra en el zapato: duele, incomoda, pero lo seguimos manteniendo porque estamos un poco como a los elefantes que desde bebés les atan con una cadena y después sólo basta ponerles una cuerda endeble. Lo importante con un acto de conciencia es que usted puede decidir no cargar más esa exigencia.

Puede mirar su propia humanidad con ternura y comprensión. Fallar no sólo es parte del camino, es el camino, pero lo hemos olvidado por las creencias que circulan todo el tiempo en la realidad “allá afuera”.

Sin embargo, desde su verdad interior, usted no necesita perfección, usted ya es la perfección y es requerido que usted se muestre como es, con errores, con tropiezos, con días buenos y días oscuros.

Porque así es como se aprende. Así es como se crece. Así es como también podemos convertirnos en inspiración para los demás, y así es como se adquiere sabiduría. Imagínese a un bebé aprendiendo a caminar.

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Se cae, se levanta, se vuelve a caer. ¿Y usted qué hace si lo ve? ¿Lo regaña? ¿Le exige que ya camine derecho? No. Lo anima, lo celebra, le sonríe. Porque sabe que eso es parte del proceso.

Entonces, ¿por qué no hace lo mismo con usted? ¿Por qué castigarse tan severamente por cada error? ¿Por qué se repite que no es suficiente cuando las cosas no salen como esperaba?

Cada vez que se condena por sus fallas, no está obedeciendo al amor divino. No está escuchando a Dios. Porque Dios no le exige perfección. Dios lo ama en su totalidad, tal como es, en su caos y en su belleza.

Al contrario, ese juez interior que lo condena no es Dios, es el ego. Ese que siempre quiere tener razón, que teme ser herido, que prefiere la cárcel de lo conocido antes que el riesgo de lo posible.

Pero usted no nació para vivir en una cárcel. Usted nació para intentar, para arriesgarse, para soñar en grande. Y cuando uno se arriesga, claro que se equivoca. Pero eso es parte del precio para ganar. Porque no hay triunfo sin intento, y no hay intento sin posibilidad de fallo. Sea ligero, sea bondadoso con usted.

Aprenda a sobarse el golpe, a sacudirse el polvo y a seguir caminando con orgullo. Porque intentó. Porque se lanzó. Porque no se quedó en el rincón seguro del “qué hubiera pasado si…”.

Así que si usted se cayó, si se sintió débil, si hizo el ridículo, ¡bienvenido al club de los valientes! Usted está en el juego. Usted no vino aquí a obedecer las reglas del miedo. Vino a descubrir lo que pasa cuando se atreve. Y muchas veces, lo que pasa, créamelo, es milagroso.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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